Divergencias, planos y opiniones
San Cristóbal de las Casas, Chiapas, aparentemente hoy en día es una ciudad nutrida y beneficiada culturalmente y se nota porque el año pasado le entró con ganas el director de educación, cultura y recreación, a la difusión cultural. Los eventos musicales y artísticos se volvieron una especie de carta de recomendación a los foráneos, y con ello nos dimos cuenta de que San Cristóbal definitivamente es capaz de una apertura opcional para las expresiones artísticas, y que el estigma de conflictos pasados no ha rezagado del todo su espíritu creativo.
Lejos de pensar en un movimiento beneficiado por una simple autoridad cultural, asumimos que existen foros definidos en los que se llevan a cabo labores artísticas dignas de referir, pues el apogeo de San Cristóbal de las Casas finalmente radica en la participación colectiva de una comunidad creada por artistas dispuestos a alimentar el mismo movimiento, en que músicos, poetas, pintores, rotan de acá para allá en su continuo quehacer.
Sin embargo, al mismo tiempo nos muestra una cara ambigua que delata a ese otro san Cristóbal inmerso en sus luchas psicológicas, histéricas e incluso, a veces, prehistóricas, precarias y territoriales (para el lector ajeno a estas tierras, aclaro que los territorios de combate son dos andadores turísticos, en los cuales, la inmensa pugna entre personajes de un bando y otro se canaliza mediante la eterna disputa por un lugarcito para llevar a cabo el abnegado folklor de subsistencia cotidiana, —este bazarero ha sido testigo de crueles situaciones en las que a veces se ha visto involucrado, pero denunció en su momento y quisiera citar un ejemplo de estas pugnas: hay policías que no permiten siquiera una nota en el aire, puesto que su mal humor y síndrome de inferioridad, les genera una histeria que da miedo). Un San Cristóbal que podría concursar con otras ciudades en materia de arte fecal: la farándula y el espectáculo, y que podría discutirse un galardón o un premio del tamaño de un Óscar, gracias a la intensidad indiscutible con la que sostiene su mérito por las nuevas tendencias al ego, que nos muestran la fachada de un pueblo contemporáneo y tal vez sucedáneo, al que le interesa descubrirnos un rostro en silencio, envilecido por su contumaz protagonismo protocolario, reducido a sus dos andadores, que funcionan como pasarelas cartesianas a cuyo entorno gira el universo de San Cristóbal de las Casas. Aquí, ante estas multitudes subordinadas al panegírico obligado, reside el ego por excelencia. Y es sorprendente la ruta que ha tomado su evolución: la fragmentación, (hace un par de años, un bajista cuyo nombre no quiero recordar, me invitaba a ser testigo de: El concierto del “Mejor Grupo” de San Cristóbal de las Casas, y a tan tamaña vanidad me vi forzado a refutarle en su cara que todo dependía de quien lo viera, pues si su premisa requería planteamiento podríamos citar a Maná como el Mejor Grupo de México).
Valdría la pena detenerse un poco para profundizar la observación de los andadores. Cuando, hace seis años, puse por primera vez un pie en San Cristóbal de las Casas, sólo existía un andador y Real de Guadalupe era simplemente una calle común y corriente como otras, cuyo atractivo se justificaba con los mismos puestos de ropa y artesanía indígena que hasta la fecha persisten, pero la calle no era un artículo de primera necesidad.
En frente de la Casa del Pan se encontraban Los Talleres, una suerte de bar pero de aspecto bohemio, en el cual se llevaban a cabo conciertos, exposiciones, talleres y otros eventos culturales. Los conciertos representaban la total hermandad que existía entre los músicos en aquel entonces. Esto permitía comunicación y comunidad.
Por alguna vaga razón, cuando esta calle adquirió el título de Andador, una extraña energía poderosamente maléfica absorbió el ambiente sereno y mágico, y a su vez un reinado de terror y vampirismo se instaló en estas dos zonas que parecen acordonar la mente de los que aquí moramos, puesto que detrás de estos horizontes no hay nada.
La existencia de estas pasarelas redime de alguna manera a los locatarios, pero reduce nuestro campo de visión condicionado a una masturbación mental en la que el turismo y el comercio se fusionan para un bien común, puesto que el resto de este pueblo es lo desconocido, a donde la odisea cristobalesca sería de carácter histórica y radicaría en adentrarse o aventurarse a estos paisajes ignotos sin un instructivo a la mano que nos explique cómo hay que abordar dichos sectores.
Algún pesimista exacerbado me hacía la observación, retrógrada y trillada de que: en todos lados pasa lo mismo. Entonces ¿no hay de otra que atenernos al pusilánime y conocido folklor de asumir nuestra impotencia y resignarnos a la etiqueta que nos concierne o han elegido para nosotros? La cuestión es que si en todos lados pasa lo mismo, entonces lo mismo da ir o venir de un lado a otro, puesto que a donde quiera que vayamos, nuestro estigma, que condiciona nuestras acciones, sólo demostrará que aquí o allá, o en cualquier parte, nuestro destino está ligado a la misma putrefacción a la que nos hemos acostumbrado pero a la que no queremos renunciar porque se nos ha hecho un estilo de vida apegado a nuestros actos. Si esta histeria no termina, sólo seguiremos alimentando otra histeria cuya extensión sería colectiva, y se arraiga día con día a las pasarelas a donde la vida no vale nada.