Mimo
Por Marco
Antonio Hernández Valdés
1. Las formas son impermeables, perceptibles. Navegan en el sigilo del
movimiento hacia una realidad fluida. No viajan a la velocidad del sonido, su
continuidad depende del tiempo meteorológico, de hacia dónde se dirijan y en
qué condiciones se encuentre el poenauta en el momento de la revelación. Hay
hileras de pensamientos en espera (vivo en una oscuridad concurrida). Sólo veo
mis ojos rumbo a un atardecer nuclear de frases; pululan las hojas variantes y
versátiles. Entonces digo palabras eléctricas y alternativas.
He de verte reflejada en los ganchos de la tarde.
La vecina ve humo en el viento.
Recreo esta pantalla de ilusiones.
Habremos de recuperar algo perdido en los pantanos del tiempo. El ayer no está
muy lejano
2. Te siento tensa y alejada. Llueve. Hacía falta este aguacero. No hay motivos
para dudar de nuestra situación humana. Te veo mirar el agua que circula con
poca corriente ¡Hay ojos que ponen los gatos! Se anubla mi vista. Las formas de
la mente llevan un ciclo errante manipulado por seres extraños a este mundo.
Una calle siempre tiene una salida, pero las aguas que se llevan los barquitos
construidos por los niños que saltan empapándose se irán a rincones
insospechados. Somos cómplices. Las aguas me recuerdan las tardes que veo
llorar a mamá. Mira desde la ventana todo lo que pasó volando sin alas. ¿Quién
dice que llegaremos a su edad? ¿Te acuerdas cuando jugábamos a construir
barquitos? Siempre te la pasabas mirando hacia el cielo tratando de encontrar
una respuesta. Yo, la verdad, ya no tengo ganas de continuar.
3. Mi madre y yo somos dos enemigos que están cansados de verse todos los días
la cara, ya estamos cansados de fingir nuestra farsa. Cada día cuando amanece
me doy cuenta de ello, quisiera decírselo y ella a mí, lo sé, pero ninguno de
los dos se atreve a hablar. Somos dos adultos que no han dejado de ser
infantes. Como si los momentos volátiles de nuestras vidas imperaran entre
nosotros, a cada insulto vuelven la nostalgia y el gusto por los días intensos.
Es una estúpida comedia que persiste aún en contra de nuestra conciencia. No le
demos más vueltas al asunto, salgo a pasear con una esperanza poco notable en
mis ojos: ya no quiero pertenecer a las extrañas miradas que me observan desde
el café.
4. A la abuela se le están cayendo los dientes. La miro desde el pie de su
cama, ya no se mueve, sus ojos están desorbitados. Me hace creer en la tristeza
y cuando le muevo las manos para que reaccione, una flecha atraviesa mi pecho,
la flecha de la melancolía. La forma como ven los ancianos el mundo es
fatigante. El tiempo vivido y registrado en su memoria los hace más tristes, se
fumigan solos con pensamientos que los contradicen. Dicen que la muerte sana y
veo en sus ojos que quieren verse niños en las aras de la infancia. Cuando las
campanas doblaron aquella mañana de abril, sus ojos ya no abrieron sus
minúsculos lentes para darle la bienvenida a un nuevo día. Algo se paseó en
nuestras memorias. Algo se perdió con el llanto de los niños que amanecieron
tristes. No fue bastante. Nada es bastante para castigar al hombre. Sus ojos
abiertos le robaron la esencia a otros ancianos moribundos.
5. Lo mejor de la vida ya está en descuento, lo he escuchado en programas de
radio y televisión (¿en estos días quién te da la razón? No creo que sea la televisión).
Las caras de las calles sintonizan frecuencias eufóricas nocivas para la salud
(si no le quedó claro pase al párrafo uno). La naturaleza está siendo
manipulada por seres extraños. Convivimos con adultos y ellos nunca dicen la
verdad. El mundo, lo haya hecho quién lo haya hecho, se está echando a perder.
Aquí hay una duda, creo que Dios se volvió loco, signifique lo que signifique.
Las mañanas se están poniendo agrias y no puedo hacer nada, sólo quiero huir y
el camión me dejó en la parada. Pase lo que pase, quiero sentirme más seguro en
tus brazos, diosa de los afligidos. Dame tu mano y llévame a tu raíz para
fundirnos en el anonimato. ¡Que no mencionen mi nombre! No importa, no lo
necesito. No quiero que los letreros roben a mi mirada la luz que a nadie hace
daño.
6. Este es el caso perdido de un payaso con el alma marchita y triste. Un
payaso que al final de su vida aprendió a reírse de sí mismo. Este relato debe
leerse con música de Bach o Beethoven (arioso en F o romance para violín), ese
sería el deseo de nuestro amigo. Por último se debe llorar, reír o simplemente
quedarse callados dando un aplauso que disfrace lo cansado que es para el
público escuchar una historia sin sentido. Aplaudan muy fuerte para demostrar
que la obra les gustó
7. Cuando vengan a mi funeral y vean llorar a mi madre no le crean, es una
mentirosa, sólo fingirá que está triste. Es una farsante y sabe hacer bien su
papel. Todo lo finge para quedar bien con los vecinos (y yo soy un impostor).
Mi madre y yo sabemos tomar muy enserio nuestro papel, sabemos actuar muy bien
Nos moriremos siendo cómicos que llevan una máscara y asustan a los demás
8. El día
de mi muerte será mi obra de arte, la veré culminada en el rostro de los allí
presentes cuando todos crean que mi tiempo se llegó como ola que trae el mar y
se lleva lo vivo de la playa. Todos deberán estar agradecidos por regalarla al
mundo. La vida es una melancólica llama que ya se apagó. Veré mi obra cumbre la
noche que desde el féretro les diga: todo fue una broma y nada fue real. Las
lágrimas de mi madre serán inútiles, no serán reales: tampoco la muerte. Cuando
esto suceda no quiero de ustedes un aplauso, porque yo busco las reacciones en
las personas. Quiero que se suelten a llorar o a reír. Los aplausos no
demuestran la emoción del espectador. No me ofenderé de sus risas. Yo me
soltaré a las carcajadas hasta que me dure la vida. Lo mejor del caso es que no
sabrán si me burlo de ustedes o de mí.