21/5/11

Memorias

Memorias

Marco Antonio Hernández Valdés
                                                                                   I
Primer acto: donde Nicolás habla de su infancia


E
l viejo chopo, cuya muerte causó la amargura de la abuela, envejecía a la presencia del limonero que se jactaba de ser joven (cierta tristeza atraviesa mi mente cuando miro el vacío que dejó). El barullo de los niños entraba al patio seguido de las plumas de un navío extraterrestre, era el otoño. No sé porque siempre me gustó esta estación. Amaba salir a la calle, jugar canicas, la rayuela y a veces los encantados o las picas.
            Niño cubierto de una palidez. Cuarto blanco. La locura tiene una lucidez extraña. Encanta las más rebeldes acciones. Niño distante con la mirada, su cuerpo está presente ante una vieja ventana sucia por fuera. Patio lúgubre. Cadáveres, hojas de chopo, regados en las baldosas. Me gusta construir casas. Esta está en un árbol y es un ataúd. Imágenes góticas se resbalan por las paredes.
Del patio a la calle hay una escalera de fierros oxidados. Las torres de las iglesias sobresaltan entre los edificios y casas diversas. Las campanas doblan a menudo. Me gustan los campanarios. Son melancólicos. Sonidos de vida, sonidos de muerte.
            De mi casa veo el cementerio. Olvido de los ancianos, evocación de la que uno no quiere saber ya nada. Eso me recuerda que esta obra la dedico al Mocha-orejas por su seguridad en sí mismo y valentía. En este pueblo hacen falta asesinos lúcidos (todos los asesinos son lúcidos) para crear más mitos. (Ver san Lucas 13; 1: 5).

II
Acto segundo: donde el poenauta describe el presente

Y pensar, lo que antes fue un pueblo donde todos se conocían, donde los chismes eran la liturgia de las horas en el mercado, donde los adjetivos saltaban de un lado a otro, ahora es un monstruo que devoró bosques. Las tamaleras ya no gritan. Iban en huaraches. El pueblo fue invadido por la reluciente tecnología y centros comerciales. También por la reluciente arquitectura y las modas.
Me acurruco mirando con temor la expansión de estos calambres pálidos en la tierra. Los únicos extraterrestres somos los hombres. Y hablo con los silencios que deambulan en mis delirios. Algún día envenenaré el agua de la ciudad.
            No quiero decirlo, pero la gente es tan espantada, que saboreo los días intensos buscando problemas para romper los paradigmas de esta sociedad. (Ahora que los pongo en evidencia, recuerdo que su moral ya caducó). Por eso ya no tengo miedo. Por eso cuando miro las casas sembradas me refugio en los sonidos de las campanas.
            Hay mucho que decir del cementerio. Las casas de los muertos están vacías.

III

Acto tercero: sobre los seres imaginarios


El centro de mi pueblo es un parque con dos campos de concentración donde mutilan los cerebros nacientes, una iglesia y el palacio municipal. Aunque no lo parezca, no me interesa hablar de ellos.
            ¡El bosque es lo mejor!. ¡El río!. -¡Maestro dígalo con más entusiasmo, que mi pluma no lo tome en cuenta de en balde! ¡Con más efusión! ¡Haga con su voz que mis compañeros convulsionen de la emoción y continuemos con la liturgia!- ¡La floresta!. ¡Los cantos diáfanos de los pájaros!. ¡Bach! ¡Beethoven! ¡Vivaldi! ¡Sistem of a down! ¡The Beatles! ¡The Doors! ¡El Recodo! ¡Cri-cri! ¡La sonora santanera! ¡La muchacha que me gusta! ¡Los boleros del parque, viejos y tartamudos, otros más vivos! El de la esquina siempre canta con nosotros el son jarocho. Los perros cagan las calles. Mi pueblo es una estampa mitológica: doy saltos, me alegro, y doy gracias y quiero acompañarlos con mi jarana, pero desde aquí no puedo. Estoy muy lejos de ellos. Me llevan años luz alejados como están.
            Por eso la gente me ve hablando con alguien. Cuando entran en casa me ven sentado en un sillón, y a mi lado sólo la presencia invisible de alguien. Las nalgas de mi amigo están marcadas en el asiento. Debajo del mueble hay una puerta que nos lleva a su mundo.
Calles pequeñas. Algunas intransitables. (Cada vez que camino en el olvido descubro la solemnidad de las calles que nunca me conocieron).  Hace unos meses se cayó un árbol en el parque e hirió a dos personas. Mi amigo y yo reímos. No podemos culparlos. La naturaleza sabe sus designios mejor que nosotros. A veces se comporta de una forma muy extraña. No debemos huirle, hay que imitarla.
El quiosco del pueblo guarda melancolía. Nada está vivo en estas fronteras. Cada vez que salgo del pueblo y vuelvo a entrar, no noto la diferencia. Sólo las torres de las iglesias que me saludan al entrar. (Tres bombas activadas en puntos claves se juegan la suerte de Coatepec, tres gasolineras gordas y con fuego en sus ojos). Que no te cuenten querido turista, hace unos años explotó una.

 

IV

Acto final: donde Nicolás cierra el telón 


Dirán que soy un loco, un obsesionado.
Que digan lo que quieran.
Los personajes históricos de mi pueblo deambulan por las calles pidiendo un peso para el tíner o un pecho para comer; o simplemente mendigando un pan en alguna casa para dar de comer a los perros. ¿Con qué cara vemos a los turistas envenenados por las imágenes falsas de este pueblo? Cállense, se cierra el telón. Esta obra está de la “chingada”.

Hiedra, ora por mí

Hiedra, ora por mí



hiedra, ora por mí
guadaña, ora pro nobis
cristales reaparecen
y abrigan pensamientos
adyacentes
de fatuos sonidos

instante desvencijado
ocasiona la huida
de mi transmisión.

agua en descomposición, diluida en la botella,
podrida a causa del añejamiento
de una cultura que nació opuesta
al nacimiento del sol
que aplaca tu jauría de tempestades
y arrastra mis uñas

¡oh! aves… antenas pararrayos
—el antiguo paraguas no ha dejado
de secretarse en su longeva substancia,
por eso vengo a este lugar.

¡oh aves! naveguen el sonido del viento
aplacado
(mi camisa sucia arroja desperdicios
a las venas cristalizadas
en la pálida cortina de luz,
de luminosidad derretida)
el alto índice de charcos
provoca rabia:
las aguas arrastran animales
demacrados

momento:
canto por la unidad mesoamericana del neo-paleolítico

: vivo creyendo que algún día todo lo
que fue agua resurgirá de entre la
atmósfera y que las aves volverán
a ser nidos sobre el viento
: vivo : insisto :
inconsistencia de sal
raspaduras de tercer grado
banderas sumergidas en mis sienes
perímetros acordonados; no lucho
—hiedra, ora por mí.
: vivo creyendo que lo que creo
se debe a que de niño
sujetaba voces que me tranquilizaban
: vivo creyendo las leyendas
de los niños
leyendas ahogadas en los charcos

ahora
zarpa la gota
zarpa la gota

quizás tu problema —me dicen,
es creerte todo lo que tu mente cuenta.

17/5/11

Preludio


Preludio
Marco Antonio Hernández

Alas y plumas y crestas             y las mariposas
se quiebran en el viento,           regresan a su origen,
la antena y el control remoto
                   busco un lugar para esconderme:
donde pueda  rezar                  gritar           morder.
                                 No me salgan con esto:
              los parias me piden fe
Imágenes celestes de naguales salen de su tumba: primera impresión. La  sirvienta prepara chocolate y oculta el arma que ha de quitarme la vida. No rezo ni imploro. Los días se crespan en la basura que el viento trae como llovizna sobre los automóviles. “Simplezas”. Imágenes incoherentes. El bufón oculta su rostro con láminas escritas en un blanco sueño (este poema es propiedad privada, “se prohíbe la entrada a los cuerdos”).
     La traición eleva las hojas que murieron con el sol. Raya líquida entre los espectros y los hijos resucitados. Blanco espesor... purificador de sexo y noches de paseos en los parques. Niño sin propiedad entre los nativos. Somos uno. Espeluznante.
   
Si tan sólo pudiera gritarte (frena) que esta forma (frena) no nos limita (frena) en el aire, me expandiría. Pero en estos parajes los nudos nos callan, no me dejan hablar.
                   Jueguen, niños, ahora que es su tiempo.
     Cuando me acerco al espejo y veo que el tiempo derrumbó toda una especie en el mantel, me río de su falsedad. Los astros nocturnos ya se han dislocado en el centro de la oquedad. Todo lo de atrás está destruido: bombas, guerra y crueldad son los monstruos del mundo. Las almas que habitaban en la oscuridad se mudaron al jardín donde ha vuelto el sentido a tomar su lugar perdido.
     Sé que las gotas que se secan en mi cabello se irán borrando como las cenizas de una fogata que muere. Intento irme. Pero a veces es mejor que espere callado.
     Los eucaliptos, los arbustos, las plantas, que adornaban mi ventana, se han secado. Todo muere en el esmog de una tormenta en la ciudad.

Nunca dejaré que un estanque
seque tu rostro de océano.
Te levantas, te sientas,
observas, gritas, hablas,
sueñas, te diviertes,
pero nunca me volteas a ver.

Mis cinco sentidos se han vuelto
hacia el alucinamiento.

Llegas, me saludas, te vas,
te conservas, te excitas,
te peinas, despeinas;
pero sin entender mi idioma.

Edificios púrpura enjaulan mi libre-nagual.

Me cagaría ver tu trasero
en una silla lejos de ti.
¿No piensas que te pueden ahogar
cada vez que la hoja cae?

El miedo se puede desprender,
tus manos no podrán jugar,
tus ojos no podrán comprender
por qué vierto en el espejo tu sonrisa.

Bifurco elementos de la nada
para construir paredes amarillas.

Me tiro al lado de la alfombra y el espejo y su suciedad se quedan, por fin, lejos de mi transformación. Formo al tiempo. Espejo sin luces, caras en las ventanas (cristales encima de yos-cristales).
     Hay una sucesión de oquedad- triángulos.

         ¿Por qué una corriente de cabellos me quiere alejar de la música?

Mimo

Mimo
Por Marco Antonio Hernández Valdés

1. Las formas son impermeables, perceptibles. Navegan en el sigilo del movimiento hacia una realidad fluida. No viajan a la velocidad del sonido, su continuidad depende del tiempo meteorológico, de hacia dónde se dirijan y en qué condiciones se encuentre el poenauta en el momento de la revelación. Hay hileras de pensamientos en espera (vivo en una oscuridad concurrida). Sólo veo mis ojos rumbo a un atardecer nuclear de frases; pululan las hojas variantes y versátiles. Entonces digo palabras eléctricas y alternativas. 
He de verte reflejada en los ganchos de la tarde.
La vecina ve humo en el viento. 
Recreo esta pantalla de ilusiones. 
Habremos de recuperar algo perdido en los pantanos del tiempo. El ayer no está muy lejano
2. Te siento tensa y alejada. Llueve. Hacía falta este aguacero. No hay motivos para dudar de nuestra situación humana. Te veo mirar el agua que circula con poca corriente ¡Hay ojos que ponen los gatos! Se anubla mi vista. Las formas de la mente llevan un ciclo errante manipulado por seres extraños a este mundo. Una calle siempre tiene una salida, pero las aguas que se llevan los barquitos construidos por los niños que saltan empapándose se irán a rincones insospechados. Somos cómplices. Las aguas me recuerdan las tardes que veo llorar a mamá. Mira desde la ventana todo lo que pasó volando sin alas. ¿Quién dice que llegaremos a su edad? ¿Te acuerdas cuando jugábamos a construir barquitos? Siempre te la pasabas mirando hacia el cielo tratando de encontrar una respuesta. Yo, la verdad, ya no tengo ganas de continuar. 
3. Mi madre y yo somos dos enemigos que están cansados de verse todos los días la cara, ya estamos cansados de fingir nuestra farsa. Cada día cuando amanece me doy cuenta de ello, quisiera decírselo y ella a mí, lo sé, pero ninguno de los dos se atreve a hablar. Somos dos adultos que no han dejado de ser infantes. Como si los momentos volátiles de nuestras vidas imperaran entre nosotros, a cada insulto vuelven la nostalgia y el gusto por los días intensos. Es una estúpida comedia que persiste aún en contra de nuestra conciencia. No le demos más vueltas al asunto, salgo a pasear con una esperanza poco notable en mis ojos: ya no quiero pertenecer a las extrañas miradas que me observan desde el café.
4. A la abuela se le están cayendo los dientes. La miro desde el pie de su cama, ya no se mueve, sus ojos están desorbitados. Me hace creer en la tristeza y cuando le muevo las manos para que reaccione, una flecha atraviesa mi pecho, la flecha de la melancolía. La forma como ven los ancianos el mundo es fatigante. El tiempo vivido y registrado en su memoria los hace más tristes, se fumigan solos con pensamientos que los contradicen. Dicen que la muerte sana y veo en sus ojos que quieren verse niños en las aras de la infancia. Cuando las campanas doblaron aquella mañana de abril, sus ojos ya no abrieron sus minúsculos lentes para darle la bienvenida a un nuevo día. Algo se paseó en nuestras memorias. Algo se perdió con el llanto de los niños que amanecieron tristes. No fue bastante. Nada es bastante para castigar al hombre. Sus ojos abiertos le robaron la esencia a otros ancianos moribundos.
5. Lo mejor de la vida ya está en descuento, lo he escuchado en programas de radio y televisión (¿en estos días quién te da la razón? No creo que sea la televisión). Las caras de las calles sintonizan frecuencias eufóricas nocivas para la salud (si no le quedó claro pase al párrafo uno). La naturaleza está siendo manipulada por seres extraños. Convivimos con adultos y ellos nunca dicen la verdad. El mundo, lo haya hecho quién lo haya hecho, se está echando a perder. Aquí hay una duda, creo que Dios se volvió loco, signifique lo que signifique. Las mañanas se están poniendo agrias y no puedo hacer nada, sólo quiero huir y el camión me dejó en la parada. Pase lo que pase, quiero sentirme más seguro en tus brazos, diosa de los afligidos. Dame tu mano y llévame a tu raíz para fundirnos en el anonimato. ¡Que no mencionen mi nombre! No importa, no lo necesito. No quiero que los letreros roben a mi mirada la luz que a nadie hace daño. 
6. Este es el caso perdido de un payaso con el alma marchita y triste. Un payaso que al final de su vida aprendió a reírse de sí mismo. Este relato debe leerse con música de Bach o Beethoven (arioso en F o romance para violín), ese sería el deseo de nuestro amigo. Por último se debe llorar, reír o simplemente quedarse callados dando un aplauso que disfrace lo cansado que es para el público escuchar una historia sin sentido. Aplaudan muy fuerte para demostrar que la obra les gustó
7. Cuando vengan a mi funeral y vean llorar a mi madre no le crean, es una mentirosa, sólo fingirá que está triste. Es una farsante y sabe hacer bien su papel. Todo lo finge para quedar bien con los vecinos (y yo soy un impostor). Mi madre y yo sabemos tomar muy enserio nuestro papel, sabemos actuar muy bien Nos moriremos siendo cómicos que llevan una máscara y asustan a los demás

8. El día de mi muerte será mi obra de arte, la veré culminada en el rostro de los allí presentes cuando todos crean que mi tiempo se llegó como ola que trae el mar y se lleva lo vivo de la playa. Todos deberán estar agradecidos por regalarla al mundo. La vida es una melancólica llama que ya se apagó. Veré mi obra cumbre la noche que desde el féretro les diga: todo fue una broma y nada fue real. Las lágrimas de mi madre serán inútiles, no serán reales: tampoco la muerte. Cuando esto suceda no quiero de ustedes un aplauso, porque yo busco las reacciones en las personas. Quiero que se suelten a llorar o a reír. Los aplausos no demuestran la emoción del espectador. No me ofenderé de sus risas. Yo me soltaré a las carcajadas hasta que me dure la vida. Lo mejor del caso es que no sabrán si me burlo de ustedes o de mí.






15/5/11

Movimiento musical en San Cristóbal de las Casas

II
El resurgimiento del fandango, otros grupos,
grupis y fusiones
Hace dos años acompañamos de la mano el nacimiento, florecimiento y derrumbe de un espacio destinado al son jarocho llamado: El espiral, (hace aproximadamente un año vimos su clausura enterrando junto con él nuestras metas y fantasías en las que el “yo” figuraba con su jarana disfrutando de los frutos que da la fama a desesperados y ansiosos por ser tomados en cuenta; el karma se hizo presente y fue lo único que vimos florecer: fantasiosas pretensiones de arlequín, declinaron simplemente en alegorías dignas de una mente cochambrosa dispuesta a las masturbaciones mentales: digno trofeo).
         Tacumba mejoró su voz y fue adquiriendo miembros del gremio musical consagrados a su profesión. Pasaban los días como hojas caídas en un otoño fulminante que me acariciaba repentinamente y, con jugueteos amistosos, palpaba mi hombro tratando de darme el consuelo anhelado. Y a su paso, mientras el Tacumba de antaño iba creciendo, a nuestro alrededor surgieron nuevas propuestas y las anteriores también forjaron con martillo la identidad multicultural de un San Cristóbal cambiante. El tambaleante y sofocante clima, víctima de la deforestación, nos sorprendió con un golpe asestado en puntos estratégicos y junto con ello vimos el comienzo de una era atrofiada por la desesperante destrucción a la que somete el hombre al planeta. (Este comentario por poco se agria, tuve que reciclar notas y emprender de nueva cuenta el itinerario de reminiscencias ancladas a mis recuerdos y aclaradas tras transcurrir los días).
         Afortunadamente, y después de llevar a cabo el primer Encuentro de jaraneros en San Cristóbal,  aquellos deseos inconclusos que merodeaban en mi cerebro vieron la luz del día anunciando la buena nueva. Luego de un adormecimiento nos damos a la tarea de volver a los talleres de jarana, zapateado y organizar los fandangos cada sábado. Hace poco llegó a estas tierras ignotas el grupo Son de Tarima, y ofrecieron al público diversos talleres gratuitos, lo que permitió el acercamiento al son de más gente. Se hizo el fandango de clausura y nos agarramos desesperadamente de este ultimátum fandanguero para continuar la labor de dar difusión y rescatar lo poco que ya habíamos sembrado y peligraba ante influenzas y cizañas malditas.
        Nos prometimos que para el siguiente año el proyecto madure y nos permita madurar eficaces estrategias para sacarle el dinero de los bolsillos al burocrático cuerpo de cultura de San Cristóbal de las Casas.
         Poco a poco van surgiendo nuevos foros y nuevos pleitos y desacuerdos entre este humilde bazarero y sus intermediarios jaranistas de la tempestad, pues para algunos jaraneros de aquí el fandango es más como repartirse un pastel, (esto pasa cuando el extranjero de esta tradición --y algunos otros de nacionalidad--, motivado por la sed de conquista, sobrepasa los límites del respeto), mientras para los otros (extranjeros, unos, mexicanos, otros) es un motivo para reunirnos y llevar a cabo la labor de mantener y apreciar esta herencia tradicional.
         Me falta definir aún el proyecto: integrantes y la manera de supervivencia del mismo. Pero ahí vamos. Se aceptan colaboraciones.
Grupos
A San Cristóbal lo abastecen sus grupos musicales. Hace unos meses se suscitó un evento inesperado que tuvo lugar en el Tierra Adentro, un espacio cultural. Nos organizamos para dar una presentación de todos los grupos para manifestar nuestra inconformidad con los dueños de los bares que se han negado a pagar bien al músico y para abrir nuevos foros de expresión. Aunque la intención fue altruista, difundida y triunfal, no dio los resultados esperados. Los dueños se negaron a aumentarnos el sueldo. Sin embargo se logró mucho porque ahora estamos más organizados y esperamos hacer otro festival el próximo primero de noviembre.
En unos de mis aventurados saltos al abismo caí en la aberración al asegurar que sólo un grupo de jazz abastece a San Cristóbal de las Casas. Estaba equivocado, son más (es de sabios cambiar de opinión rezo sosteniendo de los pelos el incansable dicho popular que viene a sacarme de apuros). Tal vez lo que quise decir anteriormente es que hay bastantes músicos jazzistas, sólo que algunos han optado por formar otras agrupaciones por la tambaleante economía de los bolsillos.  De quien se suele escuchar, que incluso el nombre resalta, es de Ameneyro.
         El sonido inconfundible de Avatara también resuena con euforia por los bares del pueblo. Avatara incursiona los sonidos guturales y ha llegado a emprender el vuelo a una música sin palabras para establecer el sonido que los define:fusión-folk-psicodelia. Sus canciones son elaboradas onomatopeyas, que nos remontan al estado rudimentario de la comunicación, y que va bien con su estilo musical, también empapado de rarezas melódicas.
         Hace poco surgió un grupo de cuatro mujeres que a este bazarero ha impresionado bastante. La propuesta consiste en cantar sus propias canciones que llevan un ritmo africano que encaja bien con la música oriental (la otra parte de este viaje propuesto por una de sus integrantes). El nombre del grupo define de alguna manera su propuesta: Esquizofrenia, pues según ellas (y su música habla más) eso es lo que pasa cuando mezclas un acordeón, los tambores, la guitarra acústica y eléctrica y la jarana. En cuanto a sus letras oscila la denuncia y los temas cotidianos embarrados del sarcasmo, que las desnuda de la hipocresía (sustantivo que se apropia de narcisistas vestidos de pacifistas, activistas y otras índoles dignas de los que aman adjudicarse adjetivos revolucionarios).
En la primera parte de este comentario abrupto dije que el movimiento musical en San Cristóbal de las Casas actualmente se encuentra en efervescencia y citaba algunas reminiscencias tambaleantes para justificarlo. En efecto, a San Cristóbal lo forjan sus músicos, que en definitiva, hacen posible su multiculturalidad que va definiendo la identidad de un pueblo en constante sincretismo, y prueba de ello son los Movimientos a los que se somete la misma música: es bueno saber que estos humildes y aventurados músicos rotan a menudo de un lugar a otro logrando así ese sincretismo aunado a las partituras de este universo. El ponerlo en práctica nos alienta a continuar con esta labor que labra nuestras almas cotidianamente, regando cada amanecer nuevo esta tierra de todas las tierras.

Movimiento musical en San Cristóbal de las Casas

Movimiento musical en San Cristóbal de las Casas
Marco Antonio Hernández Valdés

I
El movimiento musical en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, hoy en día es efervescente, y, digamos de hace algunos años, un poco excluyente. Excluyente y de hace algunos años porque en los bares nocturnos sólo se escuchaba Reggae, y muy en mi opinión, insípido, y sinceramente nunca me ha fascinado el género. En cualquier bar y a la misma hora de siempre se hallaba a los mismos siempre bohemios de la noche; a esa misma hora y mismo TODO, se escuchaba la misma repetida ---y hasta el cansancio--- canción que bailaban las muchachas y que dio camino libre a los casanovas cuyo instinto  imperturbable de apareación, evolucionado paralelamente a sus hormonas, acaparaban, en su reducido plano de existencia, la atención absoluta de toda rubia y precoz gringa. De esas que buscan a un aborigen enigmático portador de la verdad en un contexto puramente mexicano para llevar al extremo de la saciedad delirios que acometen temas sexuales, prohibidos en su tierra y patria. Hablo de esas gueritas que piden el favor de algún exótico espécimen o mexican kurius, reflejo de nuestro etnocentrismo hacia lo de afuera. Así era la mera moda en San Cristóbal de las Casas. Ser chaparro, prieto, narizón y vestir de hippie contemporáneo, alejado de las tendencias neo-europeas o neo-americanas, precursor de los movimientos revolucionarios, era la moda de las nuevas generaciones auto-proclamadas: los Chango leones por antonomasia, cuyo manifiesto hippie basado en el amor y la paz declinaba en la única música reservada a ellos: el reggae, y con la cual se identificaban.
         Resta decir que el reggae se rezagó.
Ese acontecimiento se suscitó hace un par de años, San Cristóbal se asestó de los seguidores de este género para justificar sus pasiones. El reggae parecía absorber todos los lugares; sin embargo, aparecieron foros efímeros que prometían bastante, uno de ellos fue Los talleres. Un lugar jamás dado a la perdición, se llegaba a la hora que se quisiera y se tomaba uno una cerveza mientras dos parroquianos disputaban sus censuras en un juego de ajedrez. La banda de jazz se abría paso entre los asistentes (de alcurnia diría yo, no de esos que gustan de las parrandas a lo pendejo), y al poco rato la música amenizaba el lugar. Todo mundo permanecía atento.
         En ocasiones dos músicos se miraban de reojo diciéndose el uno al otro: qué, ¿nos aventamos un palomazo? Y a los pocos minutos interpretaban una melodía. El ritual nos devolvía a la forma precaria de comunicación: la música. Al poco rato algún guitarrista despistado, propenso a palomear, correspondía a la seña de asentimiento esperada. La noche había avanzado y el escenario era tomado por un grupo de músicos desconocidos.
         Se podría decir que Los talleres cumplió un papel principal en la historia musical de San Cristóbal de las casas; lamentablemente el lugar cerró poco antes de mi partida, a mi regreso habían inaugurado Dada’s Club, y dale con el jazz. Pero no recuerdo haber visto caras desconocidas como se acostumbraba en los talleres. El movimiento continúa, un grupo de jazz abastece a toda una población enardecida y su mérito merece; persistir pese a la situación que obliga a muchos a dedicarse a otra cosa es un mérito. Si un músico de jazz tenía muchas posibilidades, el mal sabor de boca que nos deja la economía, lo obligó a truncar esa enorme carrera jazzística para dedicarse al rock. En una ocasión asistí a un concierto de rock, grupo cuyo nombre no recuerdo; al baterista –ex-jazzista--, se le veía una cara de remordimiento, de insatisfacción involucrada con esa desazón implantada por la desesperación. Y ¿qué fue de aquellas noches de improvisación? De aquellas noches en las que músicos y poetas embriagados acudían al llamado de los amantes del jazz. La fiesta en los talleres era una aproximación al fandango del son jarocho, cada músico reemplazaba ese espacio vacío para meterse a tiempo con la música, para desdoblar todo mito creado por el inconsciente en vistas de interpretar una realidad. ¿Cuál? Tal vez en El perseguidor de Julio Cortázar hallemos la respuesta acertada a esta incertidumbre incomprensible.

Siguiendo el itinerario musical guiado por mis reminiscencias, citaré nomás para no dejar a un lado este recuerdo, otro fenómeno. Éste tuvo lugar en los cafés; muchachitos precursores de Nicho Hinojosa salidos de casa de papi y mami establecieron la trova para ser venerada por los rebeldes sin idiosincrasia. No existen muchos seguidores, tal vez porque el género se ha desvirtuado tanto que cantar cursilerías les da lo mismo que cantar un corrido tergiversado y ataviado  con semitonos y toda la cosa nomás para ponerlo de moda. Y da lo mismo a los intérpretes y a sus grupis, jamás entenderé este ritual. Mejor sería sólo mencionarlo por el mero gusto de mencionarlo. Sin embargo no estoy en contra de la trova, simplemente no existe propuesta digna de referir.

Por otro lado, y no me quiero creer mucho, el son jarocho ha tomado una iniciativa de hace un par de años a la fecha. En el 2006 pasé una temporada en San Cristóbal de las casas. Llegué con Sajjo, el brujo del pandero, y a los dos meses nos alcanzó Rodolfo y David, y a principios del verano formamos un grupo de nueve músicos. Pero no nos duró el gusto: por pleitos y disputas surgidas de un capricho cuatro de estos elementos partieron dejándonos un vacío que lamenté durante los próximos tres meses. Para la temporada baja nos habían prometido un espacio en California y motivados por esta invitación nos fuimos a Veracruz, pero sólo logramos llegar a Puebla, los mismos pleitos y caprichos hicieron acto de presencia estropeando el plan de subir a la frontera.
         El año pasado volví a San Cristóbal de las Casas, la cara en alto y sacrificando mucho de mí. Le grité a los cuatro vientos con un dedo en alto que no me dejaría chingar por la adversidad, y heme aquí, con un grupo de son jarocho cuya propuesta es buena, por lo que nos han dicho. A las fiestas asistimos con el semblante regocijado por las incandescentes miradas de los amantes del son. Sin embargo aún tengo en mente una encarnizada cólera de lucha por emprender: establecer el fandango tradicional como una forma de vida. Hace dos años San Cristóbal vio el nacimiento de un lugar dedicado al fandango: el Espiral (había en mi cabeza garabatos formados en serie con tendencias y pretensiones, las de hacer del Espiral una casa dedicada al son jarocho). Con nuestra llegada se consolidó el florecimiento de este espacio, tiempo atrás, almas imperturbables rondaban en el incansable silencio de san Cristóbal. Y es un agradecimiento impensable con el cual sucumbo ante este teclado al querer rememorar mis andanzas. Mes con mes la situación fue cambiando, fuimos formando una familia y día con día nos sorprende el fruto del tiempo consagrado al son.
         El movimiento de son jarocho en San Cristóbal es un tanto excluyente, los fandangueros mexicanos queremos gozar de los privilegios que merecemos, y no tanto por querernos sentir más que los demás, o que la dura y cruel situación ante el extranjero nos forme una faceta de xenofobia recurrente e inexplicable, sino simplemente por el mero gusto de dar difusión a este género tradicional, labor que nos compete por ser mexicanos y por residir en una extensión de nuestra tierra y, aventurada opinión, para fomentar la apreciación de nuestras tradiciones.


En una presentación en el auditorio de la facultad de derecho de la UNACH (se entregaba un reconocimiento a un trompetista coleto cuya incursión en la música era digna de admirar), me atreví a mis anchas a dar un discurso sobre el origen del son jarocho citando las fuentes del tema oportunamente en plan de evasiva, y recuerdo que dije algo más o menos así: el son jarocho actual, contemporáneo, moderno o como se le quiera llamar (no me gusta caer en el infantilismo de la etiqueta) a nuestro estilo no rememora la tradición del fandango, más bien se adapta a las nuevas tendencias, en especial las de San Cristóbal. De ahí que empleemos el término:fusión en vez de la etiqueta elaborada. Pero, aunque la euforia se extienda a otras fronteras musicales, nuestro respeto y admiración a los ancianos y a la gente de las comunidades soneras siempre irán por delante; tratamos de hacer fandangos tradicionales de una manera jarocha para no ofender a los energúmenos nostálgicos empecinados en defender las tradiciones sin argumentos sólidos (al fin y al cabo los ancianos tienen la última palabra).