24/11/11

Dos que surcan las calles a altas horas de la noche

Dos que surcan las calles a altas horas de la noche

                                                   

Dos que surcan las calles a altas horas de la noche en medio de la lluvia jugando a mojarse jugando a decirse historias
No yo, tus dedos reconociendo mi cuerpo
tus siempre mojadas manos
estructurando una caricia
construyendo en el aire
la brisa húmeda de tus labios
al encuentro nocturno de los míos

al lado de mi cuerpo tus cabellos
tiritan en abismos misteriosos
en recuentos de memorables momentos
agitados con el pañuelo del tiempo
No inframundo ni esquelas
nada ceremonioso
                        Una mueca impertinente
                                                un aullido estridente
                                                                              y su demoledor hastío a la solemnidad
                                                                              rompe con la oscilante seriedad
                                                                              para que nuestras risas fecunden
                                                                              la armonía en un distraído ritual
                                                                              que hemos inventado para nosotros
y me dices que te gusta que riamos
que qué bueno que no me tomo la vida tan en serio
¿te responderé que por ti me atrevo
a montar autos a la luz del ruido
inminente de las calles?
No. A penas la luz tersa de los
candiles dibuja su fuga,
la lluvia empeora
(los ventanales a penas y son tocados por su tempestad)
                                                               y
                                         preparamos la huída
                                         a los almohadones de un cuarto
                     alejado de las estridencias
San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

8/11/11

Una despedida tardía: un tributo urgente



Una despedida tardía:un tributo urgente

A todos los que se fueron
y llenaron de alegría
esta minúscula existencia

A la memoria de mi padre:
don Jesús Hernández Velasco

“Al finalizar el plazo
de su vida, el hombre vuelve
a la tierra que lo envuelve
con su maternal abrazo.”

Elías Nandino. Eternidad del polvo


I

Hace poco descubrí tardíamente una voz inconfundible y llena de vida: Amy Winehouse, cuyos discos no dejo de escuchar en compañía de una cerveza y algunos recuerdos vagos que merodean en mi memoria tratando de encontrar un punto de reconciliación entre el pasado y el presente. Decimos del pasado (o al menos eso pienso): aquellos días que se nos esfuman y, de algunos, no fuimos partícipes. Del presente: a veces se desperdicia en tantas supercherías, sin que uno sea consciente de ello, y se nos va al pasado sin detenerse a observarnos en su retrovisor.

         Se podría decir que de la única manera en que nos detenemos a echarle un vistazo al pasado es mediante la presencia material que las personas, celebridades o amigos dejan como indicio de su paso por esta existencia; personas que nos cautivaron durante su estancia.


Hacía tiempo que no me atraía tanto el talento y las hazañas de un personaje como Amy Winehouse, uno de esos extraños genios que nos muestran con su vida los motivos necesarios para despreocuparse y desligarse de las atracciones modernas que nos implanta el sistema, y condicionan nuestra felicidad. A veces, por mera ingenuidad pensamos que los genios existen para eso, y en ocasiones nos parecen extraterrestres que vienen a cumplir una misión incomprensible, aunque sólo logremos aturdirlos con nuestros ordinarios condicionamientos y apegos, muestra de que somos simples terrestres atados a nuestros quehaceres cotidianos de los que es difícil deslindarse, y por los cuales nos es imposible entender sus motivos, pero eso es otra historia.

A esta categoría pertenece Jim Morrison, uno de esos genios multifacéticos cuya tambaleante disciplina fue cuestionada en su momento. Crítico severo, que mediante la acción rompió y cuestionó el sistema implantado, era el poeta rebelde al estilo Arthur Rimbaud, y el cantante prodigioso, al que sólo importaba satisfacer sus placeres e invitarnos a la fiesta reservada a todos, y, sobre todo, mostrarnos una forma extraña de practicar el des-apego.


Amy Winehouse poseía una voz prodigiosa capaz de cautivar al público, y de abrirle ese umbral que separa a los genios del resto, para permitir el paso a su mundo mediante la música. Poseía una voz capaz de dar carácter a las notas y acordes, una voz joven de fraseo particular y disciplina indudable, que nos muestra que somos capaces de ser genios en un instante de nuestras vidas apegadas al televisor o a las diversiones implantadas por el sistema.

Para los que lloran a Amy Winehouse, deberían saber que a ella se le llora en notas, en una estructura a su altura: a un contrapunto que sonaba a Amy Winehouse

                                                                    II
Decir que Amy Winehouse nos hace pensar en las leyendas del jospel sería reducir su condición virtuosa a la triste condición de copia falaz de esta generación de cantantes implacables, del tamaño de Ella Fietzgerald o Nina Simon. Por el contrario, Amy Winehouse nos hace recordar aquellas divinas voces, que no es lo mismo. Sus influencias son claras. Cuando escuché por primera vez una de sus canciones, le pregunté a la persona, que escuchaba uno de sus discos, si se trataba de una de esas viejas cantantes del jospel. Su respuesta me intrigó al darme informes de esta cantante inglesa contemporánea, en cuyos discos nos muestra que sigue la misma línea, y para la que uno puede preparar unas palabras sin haberla conocido, pues su música aún permanece con nosotros. Tampoco puedo esconder la impresión de asombro que despertó en mí. Me atrevo a decir que cuando uno selecciona una lista de reproducción, Amy Winehouse siempre tendrá un lugar en la lista del culto a los póstumos y en los altares de día de muertos en México.

III
En ocasiones nos abordan cuestiones de tristeza ante la pérdida de algún ser querido y la pregunta más práctica es: ¿por qué esa persona y no otra?

Existe en este plano de existencia gente tan despreciable (que ha actuado de tal manera que nos hace pensar, incluso, que se esmera tanto para ganar el desprecio de las demás personas), y por la cual nos encontramos con el dilema oportuno: si de nosotros dependieran la existencia y el poder de decidir quién se queda o quién se va, seguramente nuestras listas negras serían tan selectivas con tal de devolverle la estabilidad a este planeta.


La idea de la muerte puede causarnos un trauma o un miedo misterioso, pero el misterio sólo radica en el miedo y los traumas que se desglosan de la idea misma del morir, lo que me recuerda unas líneas de Back to Black:

                            We only say good-bye with words

         verso que interpreto reafirmando el comentario que Juan José Arreola, ser dotado de serenidad, ofreció a unos reporteros que le manifestaban su tristeza por la muerte de Octavio Paz: ¿A qué tragedia se refiere usted?¿Qué ha ocurrido? Y me dice: la muerte de Octavio Paz, pero eso no es una tragedia. Octavio ha muerto de una muerte natural, y como yo espero y todos esperamos, creemos que ha muerto en paz. Sólo nos decimos adiós con las palabras, con el alma y el cuerpo es imposible. Siempre quedarán rastros, indicios materiales, de los seres que amamos en este mundo, para recordarlos y tenerlos presentes en la memoria (inclusive en la misma tumba en donde reposan los restos mortales de nuestros seres queridos). El amor es energía, y todo cuanto se mueve en este universo es energía. Es imposible despedirnos de algo que permanecerá con nosotros para siempre, aunque no sea en ese estado material al que estamos acostumbrados. La muerte es sólo un paso repentino a otro estado de la materia y de energía, según mis reflexiones.

         A este respecto, no debemos mostrarnos con un rostro de santurrón limitado a las enseñanzas de una instrucción reverencial ante este paso oportuno en días en que nuestra limitada condición de seres humanos nos es muestra de la divinidad proyectada a otros mundos. En algún lugar, en otro plano de existencia en donde no se tiene concepción del tiempo y espacio, están haciendo más música al ritmo de otra forma de hacer voces. Ay de nosotros, que nos quedamos a decidir qué le depara a este planeta tan contradictorio, diverso y paradigmático.

Son cubano en San Cristóbal de las Casas

Son cubano

en San Cristóbal de las Casas



Cuando uno escucha que va a haber un grupo de son cubano, tiende uno a asociarlos a grandes orquestas al estilo Buena Vista Social Club pero no piensa uno en ensambles como el que participó en el Cervantino Barroco, la noche del veintisiete de octubre en San Cristóbal de las Casas. Uno imagina el fraseo de Ibrahim Ferrer, el que hace vibrar el diapasón de las cuerdas bocales, o el contrapunto de cachaito. A mi me inspiró rememorar a dos compays jugando al dominó, e inclusive me trajo a la mente imágenes más certeras, a un compay segundo al compás del fraseo de Ibrahim Ferrer. Al fin Imágenes. Pero imágenes que recrean y acercan a un pueblo, a una voz transmitida mediante el arte popular. Estampas, que nos regala Cuba; una Cuba multicultural en un espacio geográfico apto para los ritmos milenarios, que atraviesan los mares en barquitos de vela, o deambulan en los malecones derrochando el sabor de un pueblo alegre.

Este bosquejo nos permite ver desde afuera un pueblo eternamente fundido en el baile y el canto, y para el cual todo es digno de musicalizar. Así, el Septeto Habana, agrupación conformada de cuatro voces, la guitarra, la trompeta, el contrabajo eléctrico, el tres cubano y los bongós nos habla con el corazón y nos pregona una parte de Cuba, al ritmo del guaguancó, y musicalizada con acordes brotados del crisol mulato, pedazos del alma desplegada en la partitura universal.

Aquella noche, el Septeto Habanero, que consta de elementos fundamentales del sabor cubano, puso a bailar al pueblo san cristobalense, que, a pesar del frío, agarró calor al fogón de los pregones y contrapunteados de los timbres inconfundibles de las voces, del cuerpo sincopado de un contrabajo eléctrico, mezclado con el ritmo y el sabor mulato. El zócalo se aglomeró de la noche infatigable por el baile. Las parejas desaparecían entre movimientos a ritmo de la vida y me hacían pensar en aquellas imágenes en los documentales sobre Cuba. De aquellas fiestas que empiezan con la tarde y terminan al llegar el alba. Momentos cuando nos sobran motivos para refrescar el alma y arroparla con el brillo de nuestras voces, de nuestros cantos para abrirle paso al encanto de ser una familia potencialmente dispuesta a festejar el día.



El son cubano no es sólo un género musical. Es un estilo de vida y un acompañamiento de mil voces, un bosquejo de alma sonriente, un espejo de mil colores, que pasan dejando a penas un destello del alma, un esbozo de un pueblo que crece con los años a la deriva de otros pueblos; ritmos musicales, residuos de culturas milenarias: entre ellas la africana. Refleja a los tambores y danzantes en la encrucijada hacia su libertad, reflejada en sus costumbres. Costumbres de un pueblo hermanado a Veracruz.





El clímax del concierto quedó escrito en la memoria colectiva de los que participamos del concierto y degustamos de ese terrón de tejidos musicales construyendo una arquitectura de símbolos perpetuos al romper la barrera que separa al músico del público. Ese punto en que los cantadores bajaron del estrado para invitar a los presentes a participar de esa magia que nos envolvía con notas musicales; esa magia progenitora de dimensiones ajenas a nuestros sentidos a la que pocos tienen acceso.

Este concierto de son cubano vino a dar luz a la intensa oscuridad, y me hizo pensar en la triste y total decadencia de algunos foros dirigidos por burócratas del espectáculo. El escenario debe ser un espacio en donde el músico comparte al público un poco de su experiencia, con ese mundo vedado a los demás. El escenario, según mi punto de vista, no debe de imponer un respeto ridículo al que posee la potestad de crear la vía exacta de llegar a los planos mágicos, en donde la música es y existe como total trascendencia o efímero instante, que se nos va de los oídos y al que no podemos detener si no es mediante un objeto material: el disco compacto. El Septeto Habanero nos lo reveló aquella noche. Nos regaló ese instante de ruptura y pureza anímica al hacernos partícipes de su música, de su espacio.