15/5/11

Crónica de un viaje

Crónica de un viaje
Marco Antonio Hernández Valdés
6-14 de abril del 2004
    No hay momento en que no asome el mar.
    Todo es mar, todo es cielo reflejando
    la presencia del mar.
    Hugo Gutiérrez Vega. La mañana en Andros

Prólogo
La generación beat tuvo un suceso literario muy importante al aparecer En el camino de Jack Kerouac. Este libro fue un manifiesto y un emblema. Fue una Biblia, y en nuestros tiempos, sólo una perspectiva de la forma subterránea en que vivían los beatniks de aquellos años. Una crónica donde se narran los viajes de estos personajes pidiendo aventón desde Nueva York a Nueva Orleans, Ciudad de México, San Francisco, Chicago y regreso a Nueva York. Y sin dudarlo para sus fieles lectores, es un escupitajo al stablishment de la sociedad norteamericana y conservadora en general. Alcohol, orgías, marihuana, éxtasis, angustia y desolación, todo viene en: En el camino.
      El siguiente anecdotario es independiente a la obra  mencionada. Digamos que me la recordó. El poenauta sufre metamorfosis en las carreteras al lado de dos compañeros, un guitarrista y una artesana, con quienes compartió el viaje a Cancún. El vivir en la carretera produce orgasmos. Al final llega el momento decisivo en el cual la llama se apaga. Urge volver a repetir todo desde el principio. Todos los lugares vistos al lado del camino son descritos por él con sutileza. Si bien el poenauta ha sido un inepto al traducir sus visiones en escritos anteriores, en esta obra narra su metamorfosis espiritual con todo lo que va pasando. Es el devenir lo que lo mantiene con vida en medio del camino. Nunca olvidará con cuánta emoción y tristeza, sentimientos fusionados, exclama en algún lugar de su camino: "Todo lo veo perdido cuando se alejan los automóviles, y nadie me recoge, después de largas horas al sol voy perdiendo la esperanza; la luz de la luna le gana terreno al día y no me queda más que caminar e ir moviendo los oscuros tajos, tatuajes de las cruces al lado del camino". 
I
Mundo listo para un cortometraje
El día amaneció en los brazos del sol. Muévanlo hacia la izquierda, así todos sabrán que son las diez de la mañana. Despejen el cielo. En la estación quiero personajes ambientales. El poenauta y el músico descenderán del autobús en cualquier momento. Acto seguido: buscan a un estudiante de filosofía con el que se quedaron de ver. Escenario: un parque, una terminal de autobuses. Otro escenario: éste es una calle que va de la terminal a la salida de la ciudad, casas, más personas que caminan en la calle (por favor pídanles que no vean hacia la cámara).
      Las palabras que se dicen un personaje a otro ya se las llevó el viento y sólo el tiempo tiene permiso de recordarlas. Pero el tiempo ya se fue y con él nos vamos yendo. Cuando se detenga a descansar habrá la oportunidad de escuchar todo lo que se dijo. Así regresaremos a todo lo dicho y no habrá duda de lo que fuimos. Dejen de hablar, todos a escena. ¿Listos? Toma uno. ¡Luces! ¡Cámara! ¡Acción!

II

El número trece fue como un heraldo. El estudiante de filosofía no pudo ir, hablé por teléfono a una mercenaria que sin duda no se rajaría. Al colgar el teléfono quedaron justamente trece pesos en la tarjeta. Nuestro viaje a Playa del Carmen duró tres días en la carretera. El primero fue de Xalapa a Cardel. Curioso. La artesana andaba en sus días. Después de ir a un baño, nos dieron un aventón directo a Coatzacoalcos. Pasamos la primera noche en Villa Hermosa. Acampamos es un parque de juegos a la salida a Ciudad del Carmen.
      Era tarde y en Campeche nos atascamos promedio de cuatro horas porque nadie quería levantarnos. Valió la pena. Después nos vimos en una camioneta en dirección a Cancún. (El mar muestra su amplitud. Acá la mar es color del cielo. Los sueños siempre nos muestran un mar azul, azul. Lo miro y no sé dónde se separa del cielo. Los dos son cielo, uno abajo y otro arriba. ¿Cuál de los dos es el verdadero?). Los puentes que atraviesan el mar nos revelan el poder del hombre (semidiós de carne y hueso). La arena vuela por la fuerza del viento atrayendo el chisporroteo de las olas. Con la velocidad de la camioneta nos acercábamos a nuestro destino. No pienso en los que dejé. Imagino. Sólo imagino y nadie puede entrar en mis pensamientos.
     Fumamos un cigarro. Vemos el viento que se lleva el humo. Lo podemos ver porque somos viento a la vez. Tú sientes cuando lo eres. Todas tus formas son invisibles pero te mueves. Los elementos de la tarde, los árboles, la arena, el agua, son inconfundibles. (Una finca ardió al lado del camino).
     En medio de la noche un oficial detuvo al conductor y le hizo una infracción por habernos levantado de la carretera. Dormimos en la camioneta a una hora de llegar.
     La mañana siguiente llegamos a Cancún. Busqué al pintor a quien iba a visitar. Se sorprendió al vernos y mucho más cuando le dijimos que llegábamos de aventones. Nos dio posada. 
     Playa del Carmen es un pueblo turístico. Sus avenidas son amplias pero conserva la apariencia del pueblito donde todos se conocen. La quinta es la calle más transitada por los turistas. Hay de todo. Hoteles, restaurantes, discotecas. Aspecto bohemio. Se me antoja vivir aquí. El mar es azul. La playa, limpia, y se ve todo tipo de gente, extranjeros y mexicanos.
III
En Cancún la vida es rápida. La gente, superficial. Todo es diversión en las discotecas. Allí conoces sólo un tipo de gente, la que quiere divertirse.
Nunca perdemos el tiempo; nunca perdemos nada.
He aquí que nos hemos reunido para ver una película                
mientras alguien está cogiendo en la playa.
Hasta aquí llegan sus gemidos. Son inconfundibles.
Sólo los que realmente se aman
logran una intimidad con las flores o la arena alejada
y de acompañantes las estrellas.
Decimos conjuros para invocar la risa:    
caca (ja-ja-ja-ja-ja-ja), caca(ja-ja-ja-ja-ja-ja)
Alguien más ríe con nosotros.
      En Playa del Carmen la tarde era rosada. Efecto que hace el sol en el pueblo. Los tejados son anaranjados; el adoquín de las calles, púrpura; la mar, azul; la legión de las olas, blanca. Salgo a pasear en la quinta. Mucha gente camina. Nadie lleva prisa en esta realidad. Veo rostros que están en expansión, iluminación simétrica de los disfraces. En cada cara hay una historia oculta. Este mundo está lleno de coincidencias. Quién diría que estaría allí para formar parte de este cosmos. ¿Alguien más se pregunta qué hago aquí, como yo me lo pregunto? ¿Por qué nos vemos sin saludarnos? ¿Nadie tiene algo que ver con las historias ajenas? ¿Por qué nos alejamos sin que parezca extraño cuando alguien se topa con nosotros o nos pregunta algo? Los mismos perros ven gente a diario y simplemente es un encuentro. Todo un mar de desconocidos oscila sin darse cuenta de lo que pasa. Es extraño. Nada tiene sentido. Todo quedará guardado en una fotografía y nada se repetirá porque el pasado ahora es un momento vacío por el cual ya pasamos. 
IV

El fin

Esta parte debe leerse llorando, si es posible, porque los días intensos van perdiendo su sentido. El poenauta mira aeronautas en sus órbitas solitarias.
      Por eso me refugio en un cuarto blanco. Ahí manejo mis impulsos a mi antojo. Me muerdo las uñas y dejo que todo se calme. Las tempestades son tan impredecibles como mis gritos de euforia. La carretera que un día se abrió para traerme, ahora me devuelve a mi tierra natal. Salimos la tarde de un lunes, la artesana decidió quedarse. Tomamos un aventón hasta el kilómetro 80, donde de nueva cuenta nos atascamos por cuatro horas. Llovía. Entraba ya la noche cuando un trailero nos levantó. Nos llevó hasta Mérida. Allí acampamos en una gasolinera. Por la mañana siguiente llegamos a Campeche y allí tomamos un aventón hasta Veracruz.
      Las plantas me hablaban de un largo viaje a los pantanos de Tabasco. Mis ojos se hundían en una angustia remota que me llevaba al exilio.
     Veo fantásticos vuelos de las garzas que están llenas de agua. Los ayomemes1 destruyeron mi cuerpo. Hago garabatos. De esos que haces cuando estuviste a punto de recordar algo. Después de largo tiempo todo se perdió. Sabes que la memoria falla. Bebí cuanta cerveza quise, las crudas me pusieron histérico. Salía al balcón y miraba las muchachas. Sus pechos saltaban al compás de sus caderas en contoneo. Extrañé a Bach. Una noche, durante mi sueño, me vi en casa poniendo un disco de él. Todo lo vivido danzaba con una pieza exquisita. Me siento en mi patio y miro el atardecer. Siento la tierra en movimiento. Todas las luces del universo entran y salen de mis poros. Concibo el confín del mundo. ¿Adónde me llevan las carreteras? Es una genealogía absurda. Me refiero a las carreteras. No me interesa dónde comienzan y dónde terminan. Lo que importa son las vislumbres que emanan fuego en mis sentidos. Salen de mí y van hacia mí.
      Vi las puertas del firmamento que a ratos desaparecían por la amplitud del mar. Entre ese azul hay un mundo que se quedará en espera de días más intensos y de emociones aún más fuertes. (Las calurosas sonrieron en busca de amor, mujeres insaciables que no quieren cortejo).
      Todo lo veo perdido cuando se alejan los automóviles, y nadie me recoge. Después de largas horas al sol se va perdiendo la esperanza. La luz de la luna le gana terreno al día. No me queda más que caminar e ir moviendo los oscuros tajos, tatuajes de las cruces al lado del camino.
      Cuando un trailero te levanta, da la impresión que el mundo es tuyo. Desafías a la muerte y eres tú quien domina los límites de este mundo en expansión.
      Las carreteras cambiarán para la próxima vez. Alguien más en alguna parte del mundo estará pensando lo mismo. Otros no esperarán e irán a los caminos.
      ¡Corte! ¡Se imprime! Felicidades, todos lo hicieron muy bien. Retiren todo del estudio, ya nada tenemos que hacer aquí.

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