24/11/12

Dormido en mi sensación


Dormido en mi sensación

Cuando duermo en mi sensación
las nubes parpadean
y las flecho con las antenas. 

Pájaros alegóricos desfilan
en el aire sonoro.
Los acompañan filas de mariposas
quebrando la oquedad
entre las hierbas sinuosas. 

Cuando duermo en mi sensación
mi voz ya no da colores.
Del aire flojo
se descuelgan minutos
y las horas
se resbalan en la música,
eco del polvo. 

Monta ya la aurora su caballo
y se retira de los montes.

Yo no creo en la soledad,
sólo en mi vacío;
abismo, longitud
de los hilos del cenit,
ceguera. 

En el aire florecen
las cataratas de mis ojos.
El mundo está callado
y sólo escucho un zumbido
que se aletarga cada vez más y más
a la llegada de nuevas ilusiones. 

El viento corre
por estos rincones
con olor a pasado,
lo noto.
No trato 
de retener la memoria.
Dejo que se aleje
con un resabio,
dejo que los pájaros
se coman su destino.

Manejo largas horas
en mi órbita mental
y camino solo,
buscando en los más alejados
paisajes
alguna risa
que me devuelva algo. 

¿Qué me separa de tu mundo?
Perdóname, demente,
hemos jugado un juego
del que ya estoy cansado.

El tiempo se lleva mis días,
no veo ningún paraíso.
Sólo lloro.
No sé hacer otra cosa.

Mis días
terminarán con velas encendidas,
no he dejado de concentrarme
y reír, mirar, abrir mis ventanas
y obedecer.

Mis sueños también son pasajeros.
Viajo en el mundo
y los sueños del mundo
viajan en mí.

El polvo de los pasos de días venideros
ya se deja sentir, pero
parece que soy yo quien se aleja
cuando duermo en mi sensación. 

Dormido en mi sensación



DÍAS DE TEDIO
(Fragmento)

Veo la vida transcurrir
y le digo adiós.
Me despido del barco que se aleja
como un pañuelo tendido. 

Veo a la hora del ocaso
una mano despedirse de nosotros.
El mar se agita
y amortaja a sus muertos
en su tarea cotidiana
de menguar lunas
sobre sus azulejos. 

Veo a la hora del duelo
el escombro de la duda
que nos deja el tedio.

Estoy harto.

Dormido en mi sensación


      (Fragmento)

           X
El cuarto está opaco
los abanicos serpenteando. 
La vida desbarata alcantarillas
La vida desbarata alcantarillas. 
Los vuelos se van al pavimento,
las aras descompuestas
están llenas de velas. 
Aquí están los ríos, evaporándose
en su propia corriente,
el agua ya no tiene olor
y eso contamina los humos. 
El fin del ruido dislocado
en el llanto
es lo púrpura de los mares. 

20/11/12

Libro: Dormido en mi sensación

Les comparto fragmentos de mi libro. En el original aparece en Aria editorial. 
Todos los derechos reservados 



 

Dormido en mi sensación

Marco Antonio Hernández Valdés


UN PROLOGO, SALVO EXCEPCIONES –COMO EN TODO – no sirve de gran cosa. No es necesario leerlo, finalmente es la interpretación de alguien sobre la obra de otra persona. Cuando, además, la obra que se prologa son poemas; la subjetividad, la interpretación tan individual, hace que lo que se diga, no tenga prácticamente importancia alguna. Entonces, continuar leyendo estas líneas es infructuoso, es innecesario, es ocioso. Mejor sería entrar de golpe a las palabras de Marco Antonio Hernández en esta aventura dentro de sí mismo.

Así pues no es necesario que siga usted leyendo estas palabras, insisto, ahí están las de Marco. Sus palabras son sobre todo la confidencia honesta. Bien dice uno de los personajes de Gabriel García Márquez en "DEL AMOR Y OTROS DEMONIOS": "entre más honesta, mejor es la poesía". Y sí, en mi opinión, hay momentos en los que el hálito poético se muestra pleno en las palabras de Marco Antonio, esto sería suficiente para convencerle a usted de arribar ya, de lleno, a las palabras del autor.

"Nunca voltees la botella al revés, que la risa en el estanque puede desaparecer", algo hay de aires Carrolianos, de Alicia, del país de las maravillas. "Veo a la hora del ocaso una mano que se despide de nosotros. El mar se agita/ y amortaja a sus muertos/ en su tarea cotidiana/ de menguar lunas/ sobre sus azulejos "; y son las sombras, el tumbo de las olas, la mar salada y sus poetas los que vuelan entre las palabras de Marco Antonio.

Momentos hay también de siglo viejo: "sueños que quedaron en el pasado, que se nublaron, y esos son del pasado / ¿y las sombras del silencio?, del silencio son. "Monta ya la aurora su caballo y se retira de los montes", y me acercan a Antonio Torres Heredia, a la larga Andalucía, al "camborio de dura crín", diría Lorca.

Suficiente para tomar ya los poemas de Marco y beberlos, reconocer sus sabores en los nuestros, su dolor en el nuestro, sus imágenes, su grito, su honestidad, su temor, su soledad en la nuestra; suficiente para dejar de leer estas líneas y abrazar las palabras de Marco, dejarse abrazar y abrasar por estos poemas, tan cercanos, tan sentidos, tan dormidos, tan latentes en nosotros.

Octavio Limón,

San Cristóbal, Chiapas.
Diciembre de 2011


 


A mi hijo Darío Naidú
que por aquel tiempo venía en camino
A mi madre
y a la memoria de mi padre,
Don Jesús Hernández Velasco:
músico, juglar y bohemio,
que siempre tenía
una historia que contarme.

este libro signifique un homenaje.





CORTOMETRAJE

(Fragmento)



I

Miedo...
Me transformo — ¿por qué? —no lo sé.
Oreja de la pared, transfórmate. ¿En qué? —quién sabe,
tal vez en la boca labial de mi transmisor.

II

Sacaré un permiso
para poder reírme.
El reloj donde vivía
se retrasó.

Deshilo al tiempo y nunca desobedezco,
deshojo al encino y nunca me ahogo,
desbordo el espacio y nunca humedezco
la alfombra de la piel del gusano.


III

Besar al tiempo puede ser cruel,
lombrices carcomen esta frialdad
en las paredes...

No se puede seguir así. Vivir como cuerdos.
La estaca en la ciudad de las penas
me empieza a matar.
El tornado nunca me enredará
aunque sople con agallas,
mis manos ya no tienen miedos.

(La soledad es la misma siempre).
Los únicos que me están mirando
son luces de otro espacio.
Me tienen en la mira,
me quieren deshilar los ojos.
Quieren saber por qué le grito
a las ranas.

IV

El hijo del río
nunca marcó la línea
que nos separa del espacio
con su propio pulgar.
La línea, la línea
del plato
no dejará verte más.

La forma perdida,
estática y simétrica
de la madera del cascabel
ilustró los contornos
del manicomio.

V

El borde guarda una imagen en su centro.
Te pediré permiso y desgarraré
toda, pero toda mi piel.
La espuma me guardará en la luna
y mi cuerpo ya no volverá
al día de tus ojos.
Lo sé.

12/11/12

Tacumba


Tacumba
I
Muchos piensan que se trata de un pueblo abandonado; otros, de una hacienda construida por un tal don José Julián Rivera, pero en la memoria de los menos, habita la idea de que Tacumba no se trata ni de un pueblo abandonado, ni tampoco de una hacienda en ruinas. Que son los recuerdos de los viejos que cada día, al salir un sol nuevo en la aurora, reafirman su ritual cotidiano: existir.
         Imaginemos que es un pueblo abandonado, cuyo espacio geográfico no recuerdo, pero, sin duda, está en algún lugar de Veracruz. Que es un pueblo alegre; bueno, digamos su gente, la poca gente que queda en esas ruinas, porque hemos dicho que está abandonado. Y la duda resalta en el aire: ¿abandonado por quién?
Si es así, si realmente se trata de un pueblo, entonces debió haber haciendas, construcciones alzadas a granel por el colonialista. Casas de adobe en las periferias, rostros con olor a hambre en las calles, fondas para los jornaleros, qué se yo. Digamos que, como todo pueblo, tiene un parque central. A su costado, como comúnmente se registra en los pueblos pintorescos, alza sus torres una iglesia cuya altura toca la omnipotencia del cielo y que, seguramente, ha sido escenario de combates u de otro tipo de calamidades como, por ejemplo, las interrupciones de un temblor, la imprevista visita del tiempo que desmorona las paredes, que las rasga como un loco empedernido que se lleva todo a su paso. Al otro costado, de ornamentos seculares y monótonos, el Palacio Municipal, desde donde se vigila al pueblo. Las calles deben ser empedradas y estrechas, porque este pueblo data del tiempo de la colonia. Sus banquetas nos deben recordar vestigios de farolas en una noche bohemia de serenata. La guadaña en el monte, que precede la travesía de la muerte y de la vida como una dualidad incomprensible, nos debe recordar el silencio de una piedra; la luciérnaga, que canta en la noctambularia levedad de las cosas, a algún olor de la infancia; la incierta llanura de terciopelo, a una cantina en los páramos del recuerdo; el árbol sin nombre, al ruido de la tarde en el ocaso fruncido del cielo; la sinfonía de los pájaros, cuyo título quedó en manos de alguna pareja furtiva, a los almohadones de la tierra. Todo, todo lo que forma parte de Tacumba, si el nombre nos evoca tiempos y gentes, aquí habita, aquí existe, y descubre en sus últimos pueblerinos que el abandono no es la falta de gente, sino la falta de proyección de existencia en otros lugares con sus gentes y sus circunstancias. 

II
Se me antoja decir que este pueblo vivió la revolución, que millares de soldados entraron y su paso dejó una sequía en su población. Que, de la nada —como suele pasar en los cuentos mitológicos, donde se confía la desprotegida existencia del hombre a manos de las hadas—, se convirtió en un pueblo desolado, invadido de una epidemia de abandono. Pero que los pocos hombres que quedaron fueron suficientes para sostenerlo, pues ven, con la luz de unos ojos de niñez interrumpida, el recuerdo en sus memorias de lo que debió haber sido Tacumba cuando adultos; cuando niños, se les antojaban los ríos y las montañas que lo rodeaban (supongo que estaba rodeado de montañas y una vegetación rica y abundante). Se les antojaba un papalote volando en la lejanía del viento surcando las alturas de Tacumba, podando los precipicios del aire. Una dilatada tarde de juegos en los campos o en las fincas.
         A veces me da por imaginar que Tacumba en realidad no es sino lo que sembramos en nuestra memoria de niños, un pensamiento póstumo y oportuno. De algún modo sus habitantes lo reinventan en sus memorias, pero como algo que es abstracto, lejos de una realidad inmediata y concreta. Hacen de Tacumba un lugar habitable y ceremonioso.  
         Y aquí está, aquí existe. Tacumba sembrado de olor a café.