Las tardes del Ritz
Monólogo de un anciano:
el compendio de una y mil vidas-una
¡Qué triste es llegar a viejo
y no haber gozado la vida!
Verso popular de son jarocho
I
En “La vida que se va”, Vicente Leñero explora el contenido de vivencias, emociones e intrigas en la vida de Norma Andrade, la abuela de Beto Conde, un periodista que murió de manera ridícula: atropellado por un trolebús. Un reportero, compañero de Beto Conde, hace el registro de las historias de la abuela, Norma Andrade.
En esta obra, Norma suplantaba algunos recuerdos por otros. Vive en el recuerdo y los aconteceres de un pasado inventado: fantasea la vida que le habría gustado vivir y de alguna manera, sus historias redimen su existencia y le permiten ser dueña de su pasado, porque “recuperar el pasado es inventarlo”.
“À la recherche du temps perdu” de Marcel Proust es una obra que rejuvenece mediante la narración. El tiempo destruye pero la memoria conserva. Los recuerdos nos remontan, o transportan, a realidades paralelas que tuvieron lugar en un tiempo y espacio definidos. Esta obra nos revela al recuerdo como aliado nuestro contra el tiempo.
“Las tardes del Ritz” de Octavio Limón engloba el compendio de recuerdos de un anciano, al que una canción le hace aferrarse a los aconteceres de su pasado. La vida perdura en sus memorias: el compendio de ayeres y el recuento de los años de Abraham la Puerta.
Con humorismo e ingenio satiriza ciertas anécdotas de la historia, aplicando elementos literarios que nos recuerda la anti-historia de Jorge Ibargüengoitia, y es que la voz de Octavio tiene algo de tierra y campo, del llano en llamas, de la feria, pues no por nada forma parte de la tierra de Rulfo, de Arreola.
En alguna ocasión un amigo me comentaba que de alguna manera los escritores hacen trabajo de arqueología literaria, y de ahí que en momentos nos encontremos con fósiles literarios que enriquecen nuestras voces, no en el mal sentido, pues las influencias no son malas.
II
¿Qué es el escenario? Con Octavio no existen barreras puesto que los recursos de que se vale van más allá del escenario. Involucra al público y a los compañeros del Paliacate. Sus puestas en escena invitan al espectador a formar parte de la obra, y pienso que sin esta cualidad que lo caracteriza, sus obras no irían más allá: traspasar las falsas barreras entre público actor. En sus obras hay una especie de simbiosis, un híbrido público-actor actor-público; y sobre todo en esta obra en especial: uno viene a escuchar el monólogo de un anciano, que más que un monólogo era la experiencia viva expresada con el lenguaje vital de un humano, que al llegar a cierta edad, se muestra como un compendio de impactos sociales, modas y hechos históricos relevantes para un personaje que promete mucho.
El Ritz de alguna manera se transforma en una cuna, el eterno retorno de la memoria de don Abraham la Puerta. Una especie de vagina cósmica que lo trajo a la vida, y que lo devuelve a ella utilizando la metamorfosis de sus recuerdos, y así, como en un big bang, la vida de don Abraham la Puerta se expande hacia su retorno: las tardes del Ritz.
III
Todo pasado fue mejor. Esta frase tan agotada y explotada se vuelve el cliché desmitificado por Sabato en el Túnel y con Octavio en Las tardes del Ritz. La angustia del hombre ante el tiempo, su lucha térmica. Para don Abraham la Puerta todo es igual, “todo pasa y todo queda”, pero “antes éramos menos”. La sobrepoblación, el progreso, el comercio, la guerra, los años cincuenta, los años sesenta, el ahora, los buenos y malos tiempos, el Titanic, la invasión norteamericana, la ridícula condición humana, la tragicomedia del México, las lagunas mentales; pero no le crean, al fin y al cabo es sólo un anciano, condición que nos permite tratarlo como a un niño, pero al fin y al cabo, y de este modo, logramos reivindicarnos de una manera estúpida y egoísta asesinando su memoria y sus conocimientos. Al hacerlo, lo enviamos a un segundo plano, donde sus opiniones carecen de importancia.