Los funerales de septiembre
o las enseñanzas de doña Amy Cathouse
(la ancianidad de las promesas)
A
Amy Cathouse le gusta jugar con fuego, muy a pesar de que le gusta la mejor
parte, según ella: quemarse. Hace una semana huyó de casa, y no le bastó con
dejarnos con el Jesús en la boca, sino que aparte gozó con nuestro sufrimiento
durante una semana, ¿qué hizo y a dónde fue? Sólo Dios sabe. Sin embargo volvió
muy ufana y ufanosa, celebrando su ausencia con el orgullo de ser una Gata muy
a la mexicana, que se jacta de formar
parte de una Nación que creció al brillo de un sol ensangrentado, sometido al
crisol de una madrugada derivada de sus aconteceres, y, abandonada a la
frigidez de un tiempo, que anuncia el advenimiento del apocalipsis, anadea de
tal manera que parecieran no importarle los acontecimientos relevantes del
país. Pero su desgracia no se resume en unas cuantas palabras, va más allá. A
donde los límites de la mente no pueden surcar por doquier con libertad. Una
libertad basada en un contrato social entre los humanos. Ni siquiera a la
altura de los pájaros: especies cuya condición le causa envidia a esta gata
aburrida de su gatitud.
Su incredulidad se debe al nefasto
proceso político al que recurre la humanidad, pues para sus capacidades gatunas
que se reducen a simples maullidos, querendosos jugueteos y jocosos ronroneos,
es difícil entender por qué nos comportamos como nos comportamos. Para su
sapiencia animal, las posibilidades de subsistencia franquean las
probabilidades y el azar. Lejos de adaptarnos a un espacio, tiempo y demás
atmósferas, nuestra adaptación ahora forma parte del folklor citadino que nos
obliga a pertenecer a una sociedad, y no a ser parte de ésta. Para un gato,
entender nuestra incrédula manera de enfrentar la vida diaria, es un tanto para
morirse de risa. Hemos etiquetado todo: nuestra comida, nuestra ropa, nuestra
realidad, nuestro proceder, manías, personalidad, etc., suficiente teoría para
una gata menesterosa, que ama las parrandas sobre los tejados de San Cristóbal
de las Casas.
Los problemas existenciales que la
aquejan, es que a partir de la reforma laboral va a tener que aminorar sus
viajes solitarios, porque ahora está en peligro de extinción nuestro
presupuesto anual. Y no es para menos, ahora tiene que pensar en los problemas
que se desglosan de este inconveniente, puesto que reduciremos lo habitual de
comida, y tendremos que sacarla a pasear atada a una cuerda en busca de los restaurantes
en barrios de mala muerte para obtener un pedazo de pan para saborear los malos
tiempos y recordar los mejores como se deben recordar: con una sonrisa tajante
que nos recuerde, también, que estamos en el camino y que siempre adelante.
La vida común y corriente de Amy
Cathouse se reduce en dos palabras: disfrutar y dormir, mientras se soba sus
patas y desliza su lengua por su espalda, miro sus ademanes y me recuerdan un
poco de humanidad. Me miran sin preguntarme: ¿qué vamos a comer mañana? Sólo
puedo repetir una y otra vez: no se preocupen, todo va a estar bien.