25/1/14

No logro entender por qué

no logro entender por qué a la luz de un nuevo siglo, aún hay gente dispuesta a modificar sus conductas, sus gustos, su ser, para agradar a personas indispuestas a aceptarnos tal y como somos
Por qué dejarnos influenciar con las palabras mágicas que brotan como semillas de la boca de los famosos, en ese intento de formar parte de su minúsculo círculo elitista que no te permite credenciales a no ser porque ya demostraste ser capaz de formar parte de su manicomio
por qué el mundo ama las jaulas, esos aposentos ceremoniosos en donde se pasean los Narcisos ante todos los espejos del presente, ante todos los espejos de miradas pardas
el público afuera grita con euforia desafina
un minuto el tiempo se esfuerza en esperar la llegada del alba y después arranca con su velocidad automotriz
qué nos separa
acaso somos partículas ofuscadas
paralizadas
como máscaras con nombres
nombres y definiciones
acaso seremos nombres en este mundo de nombres
acaso una sombra deificada por el minuto muerto
en la oscurana de los ciclos
qué se oculta bajo esas misteriosas máscaras
rostros vulnerables acariciados por su levedad
mistificados en sarcófagos de huesos mohos
pero los huesos hablan y saben más del hastío que nosotros
su inmóvil martirio petrifica sus pensamientos degollados
somos un organismo
la partitura celestial
las notas en su totalidad
el orden del desorden de tu historia
a tu nombre lo acudo con mis plegarias de sol
insólito misticismo se esconde tras tu nombre-máscara
y al quitarla encuentro lo que somos en realidad: humanos





8/12/13

caminaré entre tumbas...

caminaré entre tumbas 
entre el desahuciado cempasuchil iré
sin importarme que los muertos se levanten a mi paso
con la inmóvil celeridad apostada en mis oblicuas piernas,
razonamientos encontrados en el tumulto
de los días despejados del panteón
perforados caminos
que arrastran pernoctan en su noche ávida
pasos pasos pasos

vimos la vida
se va y se escapa,
quisiera acompañarla y dejarle un beso de amante seco
pero sus pasos se adelantan,
me avientan lejos del escape

ensamble de cortinas y enfermas cenizas
dejo a mi paso,
pasos que barren la tierra
y nos dejan un incierto
olor estampado
en las fauces de la ciénaga

al fin pasos, y pasas
tiro de la cuerda y se ríe a carcajadas
y aunque la primavera establezca su simbiosis
en el estanque se bifurcan las aguas
para regar tu jardín
en donde todos muertos
en donde fuegos fatuos
y maldigo y maldego




9/11/13

ficción

ficción

toda esta realidad, 
cargada
de personajes
máscaras 
o alebrijes,
forma parte de esta ficción
cualquier parentesco 
con acontecimientos 
en proceso
personas
o lugares
reales
es porque 
todos se copiaron

22/10/13

Movimiento musical en San Cristóbal de las Casas/ catálogo de Superstars

Cómo profanar pedestales
sin provocar la cólera de los dioses


“Me informan que hay gente
que cree salvar el mundo en facebook”
Darwin Petate


“Que ¿hay gente que cree salvar el mundo en facebook?” Sí, es verdad, de hecho uno de sus centros de operaciones es el Tierra Adentro, donde los activistas se juntan a echarle bola a las causas justas; otros, los menos afortunados, los que no tuvieron para comprarse una Lap, se quedan en sus casas a echarse una chela o van al Revolución, que es el único contacto que tendrán con los héroes revolucionarios que cuelgan en las paredes para adornar la atmósfera libertaria, y por si eso fuera poco, les encanta escuchar los discursos trillados del Manik, masturbaciones mentales en las que él salva al mundo cantando el "Somos del maíz", atreviéndose a anunciarnos que "él fue a la Revolución a luchar por el derecho".


Este último verso pertenece a una décima de Arcadio Hidalgo. Ahora, cuando lo escucho, no puedo evitar una diarreica carcajada, porque me hace pensar en lo ridícula que es la condición humana. ¿Por qué nos encanta poner de relieve a los gurús de las causas sociales, a los ejemplos a seguir, a los portavoces del pueblo?

Corría el eufórico año del dosmilseis, cuando llegué por primera vez a San Cristóbal de las Casas, y entre las celebridades de la parafernalia pueblerina conocí a Manik B, un músico, que ya por aquellos ayeres se sentía el portador de la Voz colectiva de los pueblos. Ah y también se mostró interesado en el Son Jarocho. Su propuesta musical (o la que hacían sus músicos), era melosa con un ritmo cadencioso que, sin embargo, invita a bailar.



Entre mis pertenencias cargaba yo un libro de las décimas de Arcadio Hidalgo, que no sé por qué chingados se lo presté. Al cabo de unos días, nos entrevistamos nuevamente. El tipo estaba emocionado porque había escrito unos versos acerca de la décima, que a continuación les comparto: yo fui a la revolución / a luchar por el derecho / de sentir sobre mi pecho / una gran satisfacción, / mas hoy vivo en un rincón / gritándole a mi amargura, / pero con la fe segura / y anunciándole al destino: / que es el hombre campesino / nuestra esperanza futura. Casi, casi se orgasmeaba recitándola, pero aún más mientras escuchaba “Luna negra” de los Cojolites. Más tarde me pidió hacer un arreglo a este “son” para presentarle a sus fans su capacidad e interés social, y la tocamos un par de ocasiones. Como no quiso meterse en problemas por cuestiones de derecho de autor, terminó grabando este verso en su canción, que todo mundo conoce: “Somos del maíz”.
La intención por difundir e interesarse en el son jarocho, desde luego que es buena. Pero uno no puede esperarse más de alguien a quien todo mundo idolatra como una figura central en el movimiento musical de San Cristóbal de las Casas, cuando existieron y existen mejores propuestas musicales. No querría tampoco restar importancia a su labor musical, sólo a la social, y como en esta ocasión quiero fungir como el Lucas Lucatero de esta historia, pretendo desmitificar y humanizar a este ídolo, o gurú social de los movimientos independentistas.
Me pregunto ¿a qué hora fue a la revolución?, ¿de qué derechos habla, si en el fondo uno puede esperar de él lo que se espera de alguien más: el interés privado?  Basta con las acciones de las que fui testigo en mi corta estancia en San Cristóbal de las Casas.
1.- una vez me ofreció –y mejor dicho-, me mandó a ofrecer con uno de sus súbditos, participar en una gira de un mes. Creo que debía sentirme alagado por recorrer medio México sólo para tocar Luna Negra y Somos del maíz, por una raquítica paga, y –lo mejor de todo-, el prestigio de tocar con el Soy-otro-tú. Seguramente nunca encontraría en mi vida un proyecto que me ofreciera darle la vuelta al mundo, o al menos ir a tocar a otros pueblos, y me urgía desesperadamente dejarme explotar a lo guey como para acceder a una benévola ración del pastel.
2.- cuando sus ex-integrantes se mudaron al proyecto Tacumba, nos ofreció una gira en europa y entusiasmado me pidió que lo invitara a tocar en el grupo. Me pintó un plan de contingencia para los días de crisis, pero en toda su chaqueta mental el protagonista era él, y nosotros, sus humildes servidores, que en el lenguaje popular significa: invitados. Una de mis propuestas para el nombre del grupo fue: Soy-otro-yo y los Tacumba.
3.- en una de mis borracheras se me ocurrió tomarme una chela con un compa que compartía casa con Manik, el omnipresente, que al cabo de un rato me pregunta que “¿qué pienso de Jaime Sabines?”, “¿de Jaime Sabines?, pues qué se puede pensar de alguien que nos es indiferente – y como quería sentirme un hipster le remato: además no leo a autores populares, y por cierto ¿ya leíste a Efraín Huerta?”, “no, ¿quién es ese?”, “¿no conoces a Efraín Huerta? Pues, ¿en qué mundo vives, chingao?, si te gusta la grilla y los actos revolucionarios, deberías saber que Efraín Huerta, bla, bla…”, “Ese Efraín Huerta escribía cuentos para niños, sus cuentos aparecían en los libros de primaria”, me dice en un tono de sereno convencimiento mientras contengo la rabia y el escepticismo y me digo a mi mismo: “¡serénate, serénate!”. ¡Tremenda brutalidad! Como asestar una daga contra un poeta que arriesgó su vida en los procesos de denuncia social. Pero ahí no termina la historia, arremetí echándole en cara su supuesto compromiso social, su presumido y narcisista discurso político en sus presentaciones. Un discurso falso y diseñado, que sólo se cree la gente a la que le encanta elevar a sus héroes al rango de dioses (esa gente que me recuerda a las sensuales viejas que acorralan al Lucas Lucatero, porque quieren obligarlo a atestiguar que su suegro, Anacleto Morones, es un santo). “Efraín Huerta fue poeta, guey. Además por qué la haces de a pedo si en los escenarios le tiras mierda a las trasnacionales, hablas de las luchas autónomas y que los derechos y la chingada, pero tomas coca cola.” Y es verdad, apenas unas semanas atrás llegué también a su casa y él se encontraba tomando una coca cola de dos litros: símbolo de su incongruencia. “Sí, pero tú tomas cerveza, también es de una trasnacional”, se atreve a refutar, pero mi guante blanco preparaba ya un gancho al hígado mientras observo: “Sí pendejo, pero no soy yo el que se sube a los escenarios a criticar a las trasnacionales y a sermonear con discursos trillados”. Al no encontrar un contra-argumento, se va de ahí, no sé si enojado, pero como ya estaba borracho, a penas y logro dibujar mi triunfo.
Al día siguiente todo mundo se entera de que soy un analfabeta de las letras porque no he leído a Jaime Sabines y que Efraín Huerta publicaba sus cuentos en la sesión para niños menores de diez años en los libros escolares durante la nostálgica y olvidada década de los ochenta. “No contaban con mi astucia”, recitaría el Chapulín colorado.



19/10/13

Páginas de exhibicionismo

Apología de acontecimientos pasados
I
Mi madre suele contar que ya desde antes de nacer me oponía a todo, y que nomás para llevar la contraria, nací una semana después de lo previsto por las profecías de los oráculos y adivinos a los que solía recurrir la gente de mil novecientos ochenta. Aunque me esperaban un treinta de junio, por algún vago motivo no quise, y/o no quería yo nacer. Pero por fin, una semana después a las veintitrés horas con quince minutos, el siete de julio de ese mismo año, me habrían de negar la residencia permanente en el vientre de mi madre, y a patadas me sacaron a este mundo insólito en el que ahora habito y del que en contra de mi voluntad formo parte, y al que me sigo oponiendo nomás por llevar la contraria.
  
II
Mi niñez transcurrió entre historias, mitos y leyendas, cuentos y caminatas en el campo; transcurrió como deben transcurrir los días del terso olor a café, a tierra mojada, a animales vespertinos y a humo de leña quemada en el fogón, en donde la abuela materna nos cocinaba sus famosos guisados con el sazón peculiar surgido de un cariño de abuela, y en donde solíamos tiznar bombones al ritmo del maullido de los gatos.
Durante los veranos cortábamos café, y disfrutábamos de una vida campirana con parloteos y comida que comíamos con las manos mojadas de la pulpa de los granos. Solíamos corretearnos en la finca. Los días me sabían a tierra y a lluvia: elementos suficientes para justificar que a temprana edad me sentí atraído por la música. Suficiente para justificar también mi primitiva personalidad: asceta y marginado ante los otros niños, que parecían entender mejor que yo cuál era su papel en la incuestionable historia de esta solemne sociedad.
III
A mis diez años, y con tremenda tos de nihilismo visceral, me mandaron de acólito a la iglesia, también en contra de mi voluntad. Fue un castigo bien merecido, y me lo merecía por andar invitando a chismosos, expiar a las vecinas. Los metiches de abolengo solían decir que era acólito, pero acólito del mismísimo diablo. Solía cambiar los salmos y recitar con epifanía y solemnidad Les Letanies du Satan para despertar la cólera de los fieles. Fue curiosidad. Sólo quería divertirme.
IV
¿Que cuáles fueron mis méritos en el alba de mi vida? Aprendí a tocar guitarra por mí mismo. Compré un método de los Beatles, esos de guitarra fácil, y dispuse aprenderme: Yellow Submarine para cantarla a mi padre para demostrarle que podría tocar guitarra sin su ayuda y la de nadie si me lo proponía. ¿Que esa actitud era digna de un arrogante narcisista? Qué importaba si a nadie le interesaba lo que pudiera lograr en la vida, ya que nunca pase de Oveja Negra, y la gente ya murmuraba que mi pelo largo era el contrato de un pacto con el diablo, y que de todos los pandilleros de barrio, que de todos los miembros de las bandas maléficas que se dedicaban a incautar y madrear gente, era yo uno de los más “gruexos”. Sí. Aprendí a tocar guitarra a los doce años y a los trece comencé a escribir mis primeras canciones, que no eran otra cosa que simples imitaciones del Ticket to ride o el Help de los Beatles; una traducción pretenciosa e improvisada. ¿Qué mi arrogancia crecía porque me creía mucho presumiendo mis letras como traducciones del Ticket to ride o el Help de los Beatles? Sólo eran ingenuos ensayos. Siempre me consideré el tipo al que todos gusta odiar, del que todos hablan y al que nadie invitaba a sus fiestas.
“Pero hay un Dios que todo lo ve”, solía recitar en el silencio de los campanarios.