Cómo
profanar pedestales
sin
provocar la cólera de los dioses
“Me
informan que hay gente
que
cree salvar el mundo en facebook”
Darwin
Petate
“Que
¿hay gente que cree salvar el mundo en facebook?” Sí, es verdad, de hecho
uno de sus centros de operaciones es el Tierra Adentro, donde los activistas se
juntan a echarle bola a las causas justas; otros, los menos afortunados, los
que no tuvieron para comprarse una Lap, se quedan en sus casas a echarse una
chela o van al Revolución, que es el único contacto que tendrán con los héroes
revolucionarios que cuelgan en las paredes para adornar la atmósfera
libertaria, y por si eso fuera poco, les encanta escuchar los discursos
trillados del Manik, masturbaciones mentales en las que él salva al mundo
cantando el "Somos del maíz", atreviéndose a anunciarnos que "él
fue a la Revolución a luchar por el derecho".
Este
último verso pertenece a una décima de Arcadio Hidalgo. Ahora, cuando lo
escucho, no puedo evitar una diarreica carcajada, porque me hace pensar en lo
ridícula que es la condición humana. ¿Por qué nos encanta poner de relieve a
los gurús de las causas sociales, a los ejemplos a seguir, a los portavoces del
pueblo?
Corría
el eufórico año del dosmilseis, cuando llegué por primera vez a San Cristóbal
de las Casas, y entre las celebridades de la parafernalia pueblerina conocí a
Manik B, un músico, que ya por aquellos ayeres se sentía el portador de la Voz
colectiva de los pueblos. Ah y también se mostró interesado en el Son Jarocho.
Su propuesta musical (o la que hacían sus músicos), era melosa con un ritmo
cadencioso que, sin embargo, invita a bailar.
Entre
mis pertenencias cargaba yo un libro de las décimas de Arcadio Hidalgo, que no
sé por qué chingados se lo presté. Al cabo de unos días, nos entrevistamos
nuevamente. El tipo estaba emocionado porque había escrito unos versos acerca
de la décima, que a continuación les comparto: yo fui a la revolución / a
luchar por el derecho / de sentir sobre mi pecho / una gran satisfacción, / mas
hoy vivo en un rincón / gritándole a mi amargura, / pero con la fe segura / y
anunciándole al destino: / que es el hombre campesino / nuestra esperanza
futura. Casi, casi se orgasmeaba recitándola, pero aún más mientras escuchaba
“Luna negra” de los Cojolites. Más tarde me pidió hacer un arreglo a este “son” para
presentarle a sus fans su capacidad e interés social, y la tocamos un par de
ocasiones. Como no quiso meterse en problemas por cuestiones de derecho de
autor, terminó grabando este verso en su canción, que todo mundo conoce: “Somos
del maíz”.
La
intención por difundir e interesarse en el son jarocho, desde luego que es
buena. Pero uno no puede esperarse más de alguien a quien todo mundo idolatra
como una figura central en el movimiento musical de San Cristóbal de las Casas,
cuando existieron y existen mejores propuestas musicales. No querría tampoco restar
importancia a su labor musical, sólo a la social, y como en esta ocasión quiero
fungir como el Lucas Lucatero de esta historia, pretendo desmitificar y
humanizar a este ídolo, o gurú social de los movimientos independentistas.
Me
pregunto ¿a qué hora fue a la revolución?, ¿de qué derechos habla, si en el
fondo uno puede esperar de él lo que se espera de alguien más: el interés
privado? Basta con las acciones de las que fui testigo en mi corta
estancia en San Cristóbal de las Casas.
1.-
una vez me ofreció –y mejor dicho-, me mandó a ofrecer con uno de sus súbditos,
participar en una gira de un mes. Creo que debía sentirme alagado por recorrer
medio México sólo para tocar Luna Negra y Somos del maíz, por una raquítica
paga, y –lo mejor de todo-, el prestigio de tocar con el Soy-otro-tú.
Seguramente nunca encontraría en mi vida un proyecto que me ofreciera darle la
vuelta al mundo, o al menos ir a tocar a otros pueblos, y me urgía
desesperadamente dejarme explotar a lo guey como para acceder a una benévola ración
del pastel.
2.-
cuando sus ex-integrantes se mudaron al proyecto Tacumba, nos ofreció una gira
en europa y entusiasmado me pidió que lo invitara a tocar en el grupo. Me pintó
un plan de contingencia para los días de crisis, pero en toda su chaqueta mental
el protagonista era él, y nosotros, sus humildes servidores, que en el lenguaje
popular significa: invitados. Una de mis propuestas para el nombre del grupo
fue: Soy-otro-yo y los Tacumba.
3.- en
una de mis borracheras se me ocurrió tomarme una chela con un compa que
compartía casa con Manik, el omnipresente, que al cabo de un rato me pregunta
que “¿qué pienso de Jaime Sabines?”, “¿de Jaime Sabines?, pues qué se puede
pensar de alguien que nos es indiferente – y como quería sentirme un hipster le
remato: además no leo a autores populares, y por cierto ¿ya leíste a Efraín
Huerta?”, “no, ¿quién es ese?”, “¿no conoces a Efraín Huerta? Pues, ¿en qué
mundo vives, chingao?, si te gusta la grilla y los actos revolucionarios,
deberías saber que Efraín Huerta, bla, bla…”, “Ese Efraín Huerta escribía
cuentos para niños, sus cuentos aparecían en los libros de primaria”, me dice
en un tono de sereno convencimiento mientras contengo la rabia y el escepticismo
y me digo a mi mismo: “¡serénate, serénate!”. ¡Tremenda brutalidad! Como
asestar una daga contra un poeta que arriesgó su vida en los procesos de
denuncia social. Pero ahí no termina la historia, arremetí echándole en cara su
supuesto compromiso social, su presumido y narcisista discurso político en sus
presentaciones. Un discurso falso y diseñado, que sólo se cree la gente a la
que le encanta elevar a sus héroes al rango de dioses (esa gente que me
recuerda a las sensuales viejas que acorralan al Lucas Lucatero, porque quieren
obligarlo a atestiguar que su suegro, Anacleto Morones, es un santo). “Efraín
Huerta fue poeta, guey. Además por qué la haces de a pedo si en los escenarios
le tiras mierda a las trasnacionales, hablas de las luchas autónomas y que los
derechos y la chingada, pero tomas coca cola.” Y es verdad, apenas unas semanas
atrás llegué también a su casa y él se encontraba tomando una coca cola de dos
litros: símbolo de su incongruencia. “Sí, pero tú tomas cerveza, también es de
una trasnacional”, se atreve a refutar, pero mi guante blanco preparaba ya un
gancho al hígado mientras observo: “Sí pendejo, pero no soy yo el que se sube a
los escenarios a criticar a las trasnacionales y a sermonear con discursos
trillados”. Al no encontrar un contra-argumento, se va de ahí, no sé si
enojado, pero como ya estaba borracho, a penas y logro dibujar mi triunfo.
Al día
siguiente todo mundo se entera de que soy un analfabeta de las letras porque no
he leído a Jaime Sabines y que Efraín Huerta publicaba sus cuentos en la sesión
para niños menores de diez años en los libros escolares durante la nostálgica y
olvidada década de los ochenta. “No contaban con mi astucia”, recitaría el
Chapulín colorado.
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