4/6/11

Palabras

palabras

exprimirlas o encontrar su lado bueno
comerlas en el desayuno
es mejor si se las acompaña con cerveza
o un pulque a las tres de la tarde
no es necesario compartirlas
o apostarlas

si amenazan en posición de ataque
tírate una carcajada estridente
no temas, se sienten atacadas
pero acorrálalas en una esquina
como si barrieras la basura
de una casa abandonada hace años

arráncales su puritano olor
déjalas en el cochambre de tus trastes sucios
rómpelas con la perra indiferencia
de una hiena predadora de silencios

v   

lastímalas, que se traguen su simbólico significado
y que vean de una vez quién tiene el fuete

v   

lastímalas, que noten que las tuyas son más fuertes,
estridentes, locomotora que amenaza con salirse
de las vías,
maquinaria endemoniada
sibilante
una hierba venenosa
la baba venenosa
la espuma ladina que retuerce a sus víctimas
un lagarto de lengua trasparente, nos liba
nos chupa hasta inyectarnos un sedante
nos come y carcome
basta con papel de baño
para limpiártelas
y si no aprenden
injúrialas hasta que te supliquen
que no te vean la cara

v   

olfatea
ora olfatea su delicioso aroma
a zorrillo podrido en medio de la carretera,
cuerpo comido por los gusanos
únicos testigos de su descomposición
descomposición
composición
descomposición
ángeles fermentados por la nebulosa
trayectoria de los bautismos
así son, se entregan como saco de pulgas
saborea su hedor capaz de envenenar
y masacrar a granel la incertidumbre
de una permanente ausencia

que se quedó plasmada en una hoja

imágenes foráneas

Imágenes foráneas, invadan mi
concentración. Púrpuras, nocturnas.
Invadan el radio de mis pupilas.
Instalen un monólogo hecho trizas,
destripado,
alzaré castillos lozas
las envolveré con gasa
con cinta adhesiva

cinta adhesiva al cerebro
lluvia de brío sobre mí
tabla nomenclaturas
tabacos adheridos
al cuerpo

se descascaran mis imágenes
oblicuas
redes de engaños
cartas astrales
imágenes sordas

acueducto de las emociones
oh sardinas
tarde regida por la invasión
de las aves

Décima

Me han dicho que en San Cristóbal
circula la buena vibra,
no sé de qué lo derivan
a menos que estén de moda
"celebridades" que, en boga,
son como los mañosos,
mas otros son ventajosos
no les podemos ganar,
hay que dejarles pasar
que puede ser contagioso.

21/5/11

Memorias

Memorias

Marco Antonio Hernández Valdés
                                                                                   I
Primer acto: donde Nicolás habla de su infancia


E
l viejo chopo, cuya muerte causó la amargura de la abuela, envejecía a la presencia del limonero que se jactaba de ser joven (cierta tristeza atraviesa mi mente cuando miro el vacío que dejó). El barullo de los niños entraba al patio seguido de las plumas de un navío extraterrestre, era el otoño. No sé porque siempre me gustó esta estación. Amaba salir a la calle, jugar canicas, la rayuela y a veces los encantados o las picas.
            Niño cubierto de una palidez. Cuarto blanco. La locura tiene una lucidez extraña. Encanta las más rebeldes acciones. Niño distante con la mirada, su cuerpo está presente ante una vieja ventana sucia por fuera. Patio lúgubre. Cadáveres, hojas de chopo, regados en las baldosas. Me gusta construir casas. Esta está en un árbol y es un ataúd. Imágenes góticas se resbalan por las paredes.
Del patio a la calle hay una escalera de fierros oxidados. Las torres de las iglesias sobresaltan entre los edificios y casas diversas. Las campanas doblan a menudo. Me gustan los campanarios. Son melancólicos. Sonidos de vida, sonidos de muerte.
            De mi casa veo el cementerio. Olvido de los ancianos, evocación de la que uno no quiere saber ya nada. Eso me recuerda que esta obra la dedico al Mocha-orejas por su seguridad en sí mismo y valentía. En este pueblo hacen falta asesinos lúcidos (todos los asesinos son lúcidos) para crear más mitos. (Ver san Lucas 13; 1: 5).

II
Acto segundo: donde el poenauta describe el presente

Y pensar, lo que antes fue un pueblo donde todos se conocían, donde los chismes eran la liturgia de las horas en el mercado, donde los adjetivos saltaban de un lado a otro, ahora es un monstruo que devoró bosques. Las tamaleras ya no gritan. Iban en huaraches. El pueblo fue invadido por la reluciente tecnología y centros comerciales. También por la reluciente arquitectura y las modas.
Me acurruco mirando con temor la expansión de estos calambres pálidos en la tierra. Los únicos extraterrestres somos los hombres. Y hablo con los silencios que deambulan en mis delirios. Algún día envenenaré el agua de la ciudad.
            No quiero decirlo, pero la gente es tan espantada, que saboreo los días intensos buscando problemas para romper los paradigmas de esta sociedad. (Ahora que los pongo en evidencia, recuerdo que su moral ya caducó). Por eso ya no tengo miedo. Por eso cuando miro las casas sembradas me refugio en los sonidos de las campanas.
            Hay mucho que decir del cementerio. Las casas de los muertos están vacías.

III

Acto tercero: sobre los seres imaginarios


El centro de mi pueblo es un parque con dos campos de concentración donde mutilan los cerebros nacientes, una iglesia y el palacio municipal. Aunque no lo parezca, no me interesa hablar de ellos.
            ¡El bosque es lo mejor!. ¡El río!. -¡Maestro dígalo con más entusiasmo, que mi pluma no lo tome en cuenta de en balde! ¡Con más efusión! ¡Haga con su voz que mis compañeros convulsionen de la emoción y continuemos con la liturgia!- ¡La floresta!. ¡Los cantos diáfanos de los pájaros!. ¡Bach! ¡Beethoven! ¡Vivaldi! ¡Sistem of a down! ¡The Beatles! ¡The Doors! ¡El Recodo! ¡Cri-cri! ¡La sonora santanera! ¡La muchacha que me gusta! ¡Los boleros del parque, viejos y tartamudos, otros más vivos! El de la esquina siempre canta con nosotros el son jarocho. Los perros cagan las calles. Mi pueblo es una estampa mitológica: doy saltos, me alegro, y doy gracias y quiero acompañarlos con mi jarana, pero desde aquí no puedo. Estoy muy lejos de ellos. Me llevan años luz alejados como están.
            Por eso la gente me ve hablando con alguien. Cuando entran en casa me ven sentado en un sillón, y a mi lado sólo la presencia invisible de alguien. Las nalgas de mi amigo están marcadas en el asiento. Debajo del mueble hay una puerta que nos lleva a su mundo.
Calles pequeñas. Algunas intransitables. (Cada vez que camino en el olvido descubro la solemnidad de las calles que nunca me conocieron).  Hace unos meses se cayó un árbol en el parque e hirió a dos personas. Mi amigo y yo reímos. No podemos culparlos. La naturaleza sabe sus designios mejor que nosotros. A veces se comporta de una forma muy extraña. No debemos huirle, hay que imitarla.
El quiosco del pueblo guarda melancolía. Nada está vivo en estas fronteras. Cada vez que salgo del pueblo y vuelvo a entrar, no noto la diferencia. Sólo las torres de las iglesias que me saludan al entrar. (Tres bombas activadas en puntos claves se juegan la suerte de Coatepec, tres gasolineras gordas y con fuego en sus ojos). Que no te cuenten querido turista, hace unos años explotó una.

 

IV

Acto final: donde Nicolás cierra el telón 


Dirán que soy un loco, un obsesionado.
Que digan lo que quieran.
Los personajes históricos de mi pueblo deambulan por las calles pidiendo un peso para el tíner o un pecho para comer; o simplemente mendigando un pan en alguna casa para dar de comer a los perros. ¿Con qué cara vemos a los turistas envenenados por las imágenes falsas de este pueblo? Cállense, se cierra el telón. Esta obra está de la “chingada”.

Hiedra, ora por mí

Hiedra, ora por mí



hiedra, ora por mí
guadaña, ora pro nobis
cristales reaparecen
y abrigan pensamientos
adyacentes
de fatuos sonidos

instante desvencijado
ocasiona la huida
de mi transmisión.

agua en descomposición, diluida en la botella,
podrida a causa del añejamiento
de una cultura que nació opuesta
al nacimiento del sol
que aplaca tu jauría de tempestades
y arrastra mis uñas

¡oh! aves… antenas pararrayos
—el antiguo paraguas no ha dejado
de secretarse en su longeva substancia,
por eso vengo a este lugar.

¡oh aves! naveguen el sonido del viento
aplacado
(mi camisa sucia arroja desperdicios
a las venas cristalizadas
en la pálida cortina de luz,
de luminosidad derretida)
el alto índice de charcos
provoca rabia:
las aguas arrastran animales
demacrados

momento:
canto por la unidad mesoamericana del neo-paleolítico

: vivo creyendo que algún día todo lo
que fue agua resurgirá de entre la
atmósfera y que las aves volverán
a ser nidos sobre el viento
: vivo : insisto :
inconsistencia de sal
raspaduras de tercer grado
banderas sumergidas en mis sienes
perímetros acordonados; no lucho
—hiedra, ora por mí.
: vivo creyendo que lo que creo
se debe a que de niño
sujetaba voces que me tranquilizaban
: vivo creyendo las leyendas
de los niños
leyendas ahogadas en los charcos

ahora
zarpa la gota
zarpa la gota

quizás tu problema —me dicen,
es creerte todo lo que tu mente cuenta.