Memorias del viaje
OberKirch, Deutschland
I
No quisiera parecer un pesimista, pero al café
que tomo esta mañana le hace falta azúcar, y a estas alturas prepararme un té me parece tan
superficial, como la atmósfera que se torna triste y de un color otoñal. Echo
un vistazo por la ventana y afuera los árboles se están secando. Las hojas vuelan
de un lado a otro y me sirven para rememorar los momentos importantes de este
viaje. Les hago un espacio en mi memoria y me adueño de ellos tomándolos del
pelo y aprisionándolos en los subsuelos más hospitalarios de mi memoria. Ahí los
combato y les hago frente ante la barbarie de mis cinismos internos. Los
doblego poco a poco y los plasmo en la hoja sin ver realmente el contenido
hasta que obtengo el resultado de mis recuerdos ya frente a mí.
Al
pensar que regreso, me surge una incrédula pregunta: ¿a dónde? Pensar que se
regresa siempre conlleva a muchas preguntas falsas, deterioradas por la edad y
los apegos. No tengo a dónde regresar puesto que los límites de mi cordura allanan
con mella mis tormentos pragmáticos. Comunidades enteras de pensamientos forman
la legión de la tarde en mi mente. Conmemoro mis decisiones y entablo una
plática sincera con la gata que ronronea sus recuerdos. A mi lado los
periódicos empolvados ya no predicarán sus portavoces; “Nichts Neues” reza el
tabloide en grandes letras verdes. Por la mañana reímos un poco ante este
descubrimiento.
Hago
memoria y de entre estos escombros luminosos se asoman varios rostros prensados
a los lugares que visité, pero me limito simplemente a observarlos. Les dedico
una sonrisa y bebo un sorbo del arruinado café de la mañana. No tener a donde
ir es lo más sensato que me he dicho últimamente; sobre todo porque al pensar
que todo mundo regresa y se moldea a la idea de los trechos surcados en su
aparatosa memoria, sólo sirven para invocar nuevas rutas, que los moverán a sus
desesperados destinos. Le echo otro vistazo al diario y evoco otros momentos
desolados. Los que me permitieron reconocerme en la esencia de una humanidad
dividida por idiosincrasias, creencias, límites territoriales, y todo ese festival
de jurisdicciones que nos separan a unos y otros, y me digo que a ningún lado
voy porque en el lugar donde me encuentre es el lugar indicado para mí.
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