15/5/11

Movimiento musical en San Cristóbal de las Casas

Movimiento musical en San Cristóbal de las Casas
Marco Antonio Hernández Valdés

I
El movimiento musical en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, hoy en día es efervescente, y, digamos de hace algunos años, un poco excluyente. Excluyente y de hace algunos años porque en los bares nocturnos sólo se escuchaba Reggae, y muy en mi opinión, insípido, y sinceramente nunca me ha fascinado el género. En cualquier bar y a la misma hora de siempre se hallaba a los mismos siempre bohemios de la noche; a esa misma hora y mismo TODO, se escuchaba la misma repetida ---y hasta el cansancio--- canción que bailaban las muchachas y que dio camino libre a los casanovas cuyo instinto  imperturbable de apareación, evolucionado paralelamente a sus hormonas, acaparaban, en su reducido plano de existencia, la atención absoluta de toda rubia y precoz gringa. De esas que buscan a un aborigen enigmático portador de la verdad en un contexto puramente mexicano para llevar al extremo de la saciedad delirios que acometen temas sexuales, prohibidos en su tierra y patria. Hablo de esas gueritas que piden el favor de algún exótico espécimen o mexican kurius, reflejo de nuestro etnocentrismo hacia lo de afuera. Así era la mera moda en San Cristóbal de las Casas. Ser chaparro, prieto, narizón y vestir de hippie contemporáneo, alejado de las tendencias neo-europeas o neo-americanas, precursor de los movimientos revolucionarios, era la moda de las nuevas generaciones auto-proclamadas: los Chango leones por antonomasia, cuyo manifiesto hippie basado en el amor y la paz declinaba en la única música reservada a ellos: el reggae, y con la cual se identificaban.
         Resta decir que el reggae se rezagó.
Ese acontecimiento se suscitó hace un par de años, San Cristóbal se asestó de los seguidores de este género para justificar sus pasiones. El reggae parecía absorber todos los lugares; sin embargo, aparecieron foros efímeros que prometían bastante, uno de ellos fue Los talleres. Un lugar jamás dado a la perdición, se llegaba a la hora que se quisiera y se tomaba uno una cerveza mientras dos parroquianos disputaban sus censuras en un juego de ajedrez. La banda de jazz se abría paso entre los asistentes (de alcurnia diría yo, no de esos que gustan de las parrandas a lo pendejo), y al poco rato la música amenizaba el lugar. Todo mundo permanecía atento.
         En ocasiones dos músicos se miraban de reojo diciéndose el uno al otro: qué, ¿nos aventamos un palomazo? Y a los pocos minutos interpretaban una melodía. El ritual nos devolvía a la forma precaria de comunicación: la música. Al poco rato algún guitarrista despistado, propenso a palomear, correspondía a la seña de asentimiento esperada. La noche había avanzado y el escenario era tomado por un grupo de músicos desconocidos.
         Se podría decir que Los talleres cumplió un papel principal en la historia musical de San Cristóbal de las casas; lamentablemente el lugar cerró poco antes de mi partida, a mi regreso habían inaugurado Dada’s Club, y dale con el jazz. Pero no recuerdo haber visto caras desconocidas como se acostumbraba en los talleres. El movimiento continúa, un grupo de jazz abastece a toda una población enardecida y su mérito merece; persistir pese a la situación que obliga a muchos a dedicarse a otra cosa es un mérito. Si un músico de jazz tenía muchas posibilidades, el mal sabor de boca que nos deja la economía, lo obligó a truncar esa enorme carrera jazzística para dedicarse al rock. En una ocasión asistí a un concierto de rock, grupo cuyo nombre no recuerdo; al baterista –ex-jazzista--, se le veía una cara de remordimiento, de insatisfacción involucrada con esa desazón implantada por la desesperación. Y ¿qué fue de aquellas noches de improvisación? De aquellas noches en las que músicos y poetas embriagados acudían al llamado de los amantes del jazz. La fiesta en los talleres era una aproximación al fandango del son jarocho, cada músico reemplazaba ese espacio vacío para meterse a tiempo con la música, para desdoblar todo mito creado por el inconsciente en vistas de interpretar una realidad. ¿Cuál? Tal vez en El perseguidor de Julio Cortázar hallemos la respuesta acertada a esta incertidumbre incomprensible.

Siguiendo el itinerario musical guiado por mis reminiscencias, citaré nomás para no dejar a un lado este recuerdo, otro fenómeno. Éste tuvo lugar en los cafés; muchachitos precursores de Nicho Hinojosa salidos de casa de papi y mami establecieron la trova para ser venerada por los rebeldes sin idiosincrasia. No existen muchos seguidores, tal vez porque el género se ha desvirtuado tanto que cantar cursilerías les da lo mismo que cantar un corrido tergiversado y ataviado  con semitonos y toda la cosa nomás para ponerlo de moda. Y da lo mismo a los intérpretes y a sus grupis, jamás entenderé este ritual. Mejor sería sólo mencionarlo por el mero gusto de mencionarlo. Sin embargo no estoy en contra de la trova, simplemente no existe propuesta digna de referir.

Por otro lado, y no me quiero creer mucho, el son jarocho ha tomado una iniciativa de hace un par de años a la fecha. En el 2006 pasé una temporada en San Cristóbal de las casas. Llegué con Sajjo, el brujo del pandero, y a los dos meses nos alcanzó Rodolfo y David, y a principios del verano formamos un grupo de nueve músicos. Pero no nos duró el gusto: por pleitos y disputas surgidas de un capricho cuatro de estos elementos partieron dejándonos un vacío que lamenté durante los próximos tres meses. Para la temporada baja nos habían prometido un espacio en California y motivados por esta invitación nos fuimos a Veracruz, pero sólo logramos llegar a Puebla, los mismos pleitos y caprichos hicieron acto de presencia estropeando el plan de subir a la frontera.
         El año pasado volví a San Cristóbal de las Casas, la cara en alto y sacrificando mucho de mí. Le grité a los cuatro vientos con un dedo en alto que no me dejaría chingar por la adversidad, y heme aquí, con un grupo de son jarocho cuya propuesta es buena, por lo que nos han dicho. A las fiestas asistimos con el semblante regocijado por las incandescentes miradas de los amantes del son. Sin embargo aún tengo en mente una encarnizada cólera de lucha por emprender: establecer el fandango tradicional como una forma de vida. Hace dos años San Cristóbal vio el nacimiento de un lugar dedicado al fandango: el Espiral (había en mi cabeza garabatos formados en serie con tendencias y pretensiones, las de hacer del Espiral una casa dedicada al son jarocho). Con nuestra llegada se consolidó el florecimiento de este espacio, tiempo atrás, almas imperturbables rondaban en el incansable silencio de san Cristóbal. Y es un agradecimiento impensable con el cual sucumbo ante este teclado al querer rememorar mis andanzas. Mes con mes la situación fue cambiando, fuimos formando una familia y día con día nos sorprende el fruto del tiempo consagrado al son.
         El movimiento de son jarocho en San Cristóbal es un tanto excluyente, los fandangueros mexicanos queremos gozar de los privilegios que merecemos, y no tanto por querernos sentir más que los demás, o que la dura y cruel situación ante el extranjero nos forme una faceta de xenofobia recurrente e inexplicable, sino simplemente por el mero gusto de dar difusión a este género tradicional, labor que nos compete por ser mexicanos y por residir en una extensión de nuestra tierra y, aventurada opinión, para fomentar la apreciación de nuestras tradiciones.


En una presentación en el auditorio de la facultad de derecho de la UNACH (se entregaba un reconocimiento a un trompetista coleto cuya incursión en la música era digna de admirar), me atreví a mis anchas a dar un discurso sobre el origen del son jarocho citando las fuentes del tema oportunamente en plan de evasiva, y recuerdo que dije algo más o menos así: el son jarocho actual, contemporáneo, moderno o como se le quiera llamar (no me gusta caer en el infantilismo de la etiqueta) a nuestro estilo no rememora la tradición del fandango, más bien se adapta a las nuevas tendencias, en especial las de San Cristóbal. De ahí que empleemos el término:fusión en vez de la etiqueta elaborada. Pero, aunque la euforia se extienda a otras fronteras musicales, nuestro respeto y admiración a los ancianos y a la gente de las comunidades soneras siempre irán por delante; tratamos de hacer fandangos tradicionales de una manera jarocha para no ofender a los energúmenos nostálgicos empecinados en defender las tradiciones sin argumentos sólidos (al fin y al cabo los ancianos tienen la última palabra).


Crónica de un viaje

Crónica de un viaje
Marco Antonio Hernández Valdés
6-14 de abril del 2004
    No hay momento en que no asome el mar.
    Todo es mar, todo es cielo reflejando
    la presencia del mar.
    Hugo Gutiérrez Vega. La mañana en Andros

Prólogo
La generación beat tuvo un suceso literario muy importante al aparecer En el camino de Jack Kerouac. Este libro fue un manifiesto y un emblema. Fue una Biblia, y en nuestros tiempos, sólo una perspectiva de la forma subterránea en que vivían los beatniks de aquellos años. Una crónica donde se narran los viajes de estos personajes pidiendo aventón desde Nueva York a Nueva Orleans, Ciudad de México, San Francisco, Chicago y regreso a Nueva York. Y sin dudarlo para sus fieles lectores, es un escupitajo al stablishment de la sociedad norteamericana y conservadora en general. Alcohol, orgías, marihuana, éxtasis, angustia y desolación, todo viene en: En el camino.
      El siguiente anecdotario es independiente a la obra  mencionada. Digamos que me la recordó. El poenauta sufre metamorfosis en las carreteras al lado de dos compañeros, un guitarrista y una artesana, con quienes compartió el viaje a Cancún. El vivir en la carretera produce orgasmos. Al final llega el momento decisivo en el cual la llama se apaga. Urge volver a repetir todo desde el principio. Todos los lugares vistos al lado del camino son descritos por él con sutileza. Si bien el poenauta ha sido un inepto al traducir sus visiones en escritos anteriores, en esta obra narra su metamorfosis espiritual con todo lo que va pasando. Es el devenir lo que lo mantiene con vida en medio del camino. Nunca olvidará con cuánta emoción y tristeza, sentimientos fusionados, exclama en algún lugar de su camino: "Todo lo veo perdido cuando se alejan los automóviles, y nadie me recoge, después de largas horas al sol voy perdiendo la esperanza; la luz de la luna le gana terreno al día y no me queda más que caminar e ir moviendo los oscuros tajos, tatuajes de las cruces al lado del camino". 
I
Mundo listo para un cortometraje
El día amaneció en los brazos del sol. Muévanlo hacia la izquierda, así todos sabrán que son las diez de la mañana. Despejen el cielo. En la estación quiero personajes ambientales. El poenauta y el músico descenderán del autobús en cualquier momento. Acto seguido: buscan a un estudiante de filosofía con el que se quedaron de ver. Escenario: un parque, una terminal de autobuses. Otro escenario: éste es una calle que va de la terminal a la salida de la ciudad, casas, más personas que caminan en la calle (por favor pídanles que no vean hacia la cámara).
      Las palabras que se dicen un personaje a otro ya se las llevó el viento y sólo el tiempo tiene permiso de recordarlas. Pero el tiempo ya se fue y con él nos vamos yendo. Cuando se detenga a descansar habrá la oportunidad de escuchar todo lo que se dijo. Así regresaremos a todo lo dicho y no habrá duda de lo que fuimos. Dejen de hablar, todos a escena. ¿Listos? Toma uno. ¡Luces! ¡Cámara! ¡Acción!

II

El número trece fue como un heraldo. El estudiante de filosofía no pudo ir, hablé por teléfono a una mercenaria que sin duda no se rajaría. Al colgar el teléfono quedaron justamente trece pesos en la tarjeta. Nuestro viaje a Playa del Carmen duró tres días en la carretera. El primero fue de Xalapa a Cardel. Curioso. La artesana andaba en sus días. Después de ir a un baño, nos dieron un aventón directo a Coatzacoalcos. Pasamos la primera noche en Villa Hermosa. Acampamos es un parque de juegos a la salida a Ciudad del Carmen.
      Era tarde y en Campeche nos atascamos promedio de cuatro horas porque nadie quería levantarnos. Valió la pena. Después nos vimos en una camioneta en dirección a Cancún. (El mar muestra su amplitud. Acá la mar es color del cielo. Los sueños siempre nos muestran un mar azul, azul. Lo miro y no sé dónde se separa del cielo. Los dos son cielo, uno abajo y otro arriba. ¿Cuál de los dos es el verdadero?). Los puentes que atraviesan el mar nos revelan el poder del hombre (semidiós de carne y hueso). La arena vuela por la fuerza del viento atrayendo el chisporroteo de las olas. Con la velocidad de la camioneta nos acercábamos a nuestro destino. No pienso en los que dejé. Imagino. Sólo imagino y nadie puede entrar en mis pensamientos.
     Fumamos un cigarro. Vemos el viento que se lleva el humo. Lo podemos ver porque somos viento a la vez. Tú sientes cuando lo eres. Todas tus formas son invisibles pero te mueves. Los elementos de la tarde, los árboles, la arena, el agua, son inconfundibles. (Una finca ardió al lado del camino).
     En medio de la noche un oficial detuvo al conductor y le hizo una infracción por habernos levantado de la carretera. Dormimos en la camioneta a una hora de llegar.
     La mañana siguiente llegamos a Cancún. Busqué al pintor a quien iba a visitar. Se sorprendió al vernos y mucho más cuando le dijimos que llegábamos de aventones. Nos dio posada. 
     Playa del Carmen es un pueblo turístico. Sus avenidas son amplias pero conserva la apariencia del pueblito donde todos se conocen. La quinta es la calle más transitada por los turistas. Hay de todo. Hoteles, restaurantes, discotecas. Aspecto bohemio. Se me antoja vivir aquí. El mar es azul. La playa, limpia, y se ve todo tipo de gente, extranjeros y mexicanos.
III
En Cancún la vida es rápida. La gente, superficial. Todo es diversión en las discotecas. Allí conoces sólo un tipo de gente, la que quiere divertirse.
Nunca perdemos el tiempo; nunca perdemos nada.
He aquí que nos hemos reunido para ver una película                
mientras alguien está cogiendo en la playa.
Hasta aquí llegan sus gemidos. Son inconfundibles.
Sólo los que realmente se aman
logran una intimidad con las flores o la arena alejada
y de acompañantes las estrellas.
Decimos conjuros para invocar la risa:    
caca (ja-ja-ja-ja-ja-ja), caca(ja-ja-ja-ja-ja-ja)
Alguien más ríe con nosotros.
      En Playa del Carmen la tarde era rosada. Efecto que hace el sol en el pueblo. Los tejados son anaranjados; el adoquín de las calles, púrpura; la mar, azul; la legión de las olas, blanca. Salgo a pasear en la quinta. Mucha gente camina. Nadie lleva prisa en esta realidad. Veo rostros que están en expansión, iluminación simétrica de los disfraces. En cada cara hay una historia oculta. Este mundo está lleno de coincidencias. Quién diría que estaría allí para formar parte de este cosmos. ¿Alguien más se pregunta qué hago aquí, como yo me lo pregunto? ¿Por qué nos vemos sin saludarnos? ¿Nadie tiene algo que ver con las historias ajenas? ¿Por qué nos alejamos sin que parezca extraño cuando alguien se topa con nosotros o nos pregunta algo? Los mismos perros ven gente a diario y simplemente es un encuentro. Todo un mar de desconocidos oscila sin darse cuenta de lo que pasa. Es extraño. Nada tiene sentido. Todo quedará guardado en una fotografía y nada se repetirá porque el pasado ahora es un momento vacío por el cual ya pasamos. 
IV

El fin

Esta parte debe leerse llorando, si es posible, porque los días intensos van perdiendo su sentido. El poenauta mira aeronautas en sus órbitas solitarias.
      Por eso me refugio en un cuarto blanco. Ahí manejo mis impulsos a mi antojo. Me muerdo las uñas y dejo que todo se calme. Las tempestades son tan impredecibles como mis gritos de euforia. La carretera que un día se abrió para traerme, ahora me devuelve a mi tierra natal. Salimos la tarde de un lunes, la artesana decidió quedarse. Tomamos un aventón hasta el kilómetro 80, donde de nueva cuenta nos atascamos por cuatro horas. Llovía. Entraba ya la noche cuando un trailero nos levantó. Nos llevó hasta Mérida. Allí acampamos en una gasolinera. Por la mañana siguiente llegamos a Campeche y allí tomamos un aventón hasta Veracruz.
      Las plantas me hablaban de un largo viaje a los pantanos de Tabasco. Mis ojos se hundían en una angustia remota que me llevaba al exilio.
     Veo fantásticos vuelos de las garzas que están llenas de agua. Los ayomemes1 destruyeron mi cuerpo. Hago garabatos. De esos que haces cuando estuviste a punto de recordar algo. Después de largo tiempo todo se perdió. Sabes que la memoria falla. Bebí cuanta cerveza quise, las crudas me pusieron histérico. Salía al balcón y miraba las muchachas. Sus pechos saltaban al compás de sus caderas en contoneo. Extrañé a Bach. Una noche, durante mi sueño, me vi en casa poniendo un disco de él. Todo lo vivido danzaba con una pieza exquisita. Me siento en mi patio y miro el atardecer. Siento la tierra en movimiento. Todas las luces del universo entran y salen de mis poros. Concibo el confín del mundo. ¿Adónde me llevan las carreteras? Es una genealogía absurda. Me refiero a las carreteras. No me interesa dónde comienzan y dónde terminan. Lo que importa son las vislumbres que emanan fuego en mis sentidos. Salen de mí y van hacia mí.
      Vi las puertas del firmamento que a ratos desaparecían por la amplitud del mar. Entre ese azul hay un mundo que se quedará en espera de días más intensos y de emociones aún más fuertes. (Las calurosas sonrieron en busca de amor, mujeres insaciables que no quieren cortejo).
      Todo lo veo perdido cuando se alejan los automóviles, y nadie me recoge. Después de largas horas al sol se va perdiendo la esperanza. La luz de la luna le gana terreno al día. No me queda más que caminar e ir moviendo los oscuros tajos, tatuajes de las cruces al lado del camino.
      Cuando un trailero te levanta, da la impresión que el mundo es tuyo. Desafías a la muerte y eres tú quien domina los límites de este mundo en expansión.
      Las carreteras cambiarán para la próxima vez. Alguien más en alguna parte del mundo estará pensando lo mismo. Otros no esperarán e irán a los caminos.
      ¡Corte! ¡Se imprime! Felicidades, todos lo hicieron muy bien. Retiren todo del estudio, ya nada tenemos que hacer aquí.

La eterna pugna entre perros y gatos

La eterna pugna entre perros y gatos
Tuve un sueño
en el que perros y gatos
comíamos en el mismo plato.
      El gato de Martin Luther King

¿A caso los humanos saben
que son humanos?
 Agata

Agobiado por mi pulcritud al tratar el tema de gatos y perros en mi pasado recorrido por la innegable historia, descubrí que no me percaté de las intermitencias y generalidades con las que se deben tratar este tipo de temas, y ante una desconcertante luz que precedió mi observación detallada de Zamba y Ágata (ahora ya tiene nombre la gatita citada en el artículo anterior), caí en la cuenta de que no puedo generalizar las condiciones de dos animales (especies cuya domesticación interrumpió el curso de la evolución), al tratarse como semejantes el uno y el otro siendo las dos de especies progenitoras tan diferentes y de jerarquías tan distintas dentro de los roles que desempeñan cada miembro de cada especie. Los perros, sujetos a esa incertidumbre que dicta las personalidades, se han clasificado desde tiempo inmemorial como los guardianes, o canes, algunas veces del mal y otras, del bien (¿Serán los perros protectores del absoluto?), —recordará el lector los mitos y leyendas donde el perro, antagonista venido del paganismo, juega el rol de emisario del mal, y aparece, o lo dibujan, en su forma de dogerman, vigilante de los diablos y demonios, protector del dictaminador de alguna profecía que precede al mal,  mientras que a los gatos se les identifica como huraños, categoría que contrasta con el escepticismo de la psicología. A simple vista la pugna se debe a sus conductas, pero es algo más profundo. Por lo general el gato doméstico es menos ermitaño y, por lo tanto, siente menos antipatía por los hombres al contrario del gato de monte o de las calles (y a éstos últimos la deslumbrante civilización les ha negado el derecho a desarrollarse en un espacio social con otros gatos “más” recatados). Si separamos el mito de la realidad podríamos desentrañar esta seria oposición.
            Quizás la pregunta sea: ¿a cado los perros saben que son perros y los gatos, gatos, o es sólo el capricho del excesivo protocolo del hombre la que los orilla a forjarse una personalidad para agradarnos?  A estas alturas me viene a la mente un verso del heterónimo de Fendando Pessoa, Alberto Caeiro:
                        “las cosas no tienen sentido, tienen existencia”
y en este verso profundo el autor nos sugiere separar las cosas (o existencias) de la palabra porque no es lo mismo. No se experimentan de la misma manera, y la palabra representa un estorbo entre el vidente y la cosa observada. El caso es que son y ya.

De los animales me sorprende –y no va a dejar de consternarme y causar envidia por devolverme a mi estado de precariedad--, que nunca se preocupan de nada y viven de acuerdo a aquel longevo discurso del Cristo (cimiento del comunismo): ser como los pájaros a los que no les preocupa si les va a llover, si van o vienen porque comida para todos siempre habrá. Aún cuando su discurso cae en la demagogia empapada de narcisismo por postular al hombre como un ser dotado de mucho mayor capacidad, virtudes y simpatías que un animal y disculpen mi herejía al parecerme una injusticia religiosa el hecho de proponernos como seres superiores a cuya disposición está la creación por ser los preferidos ante Dios que otras especies. Perdonen también los pormenores de la divagación, no pretendo hacer uso de este vehículo estruendoso, pero es inevitable.

Para ejemplificar situaciones reales citaré a tres gatos que simbolizan  hechos inmediatos: a) Agata b) gatita huraña de quién sabe quién, y c) un gato cualquiera. Una tarde X en el patio, B se acerca haciendo un ruido que pareciera es la imitación precaria del maullido, A se acerca atraída por el evento e inmediatamente las dos se comunican en su idioma, a nuestro entender sostienen una conversación más o menos así:
                        --- rrrrrrrr, ¡miau! ¡Miau!
                        ---Miau, miau, miau.
            lo que nos hace pensar en la posibilidad de un complot, o de un simple intercambio de generosidad de A para con B. Que B es una antisocial, que ha tenido serios traumas originados por su convivencia reprimida con los seres humanos, lo que supone que A le explica que somos seres comunes y corrientes y no queremos hacerle daño, para lo que B se enfurece y le dice que no se confíe, pero A es muy ingenua a su parecer, y se empecina en dar por sentado que somos su familia y estamos ahí para protegerla. B se retira porque es desconfiada. Lo que demuestra que los gatos callejeros, al igual que sus homónimos los gatos monteses, son huraños y desconfían de los hombres.
            Situación 2: A tiene apenas 3 meses, lo cual indica que sus intereses no van más allá que la de divertirse con la cola de Zamba o destruir las plantas o provocar la ira desencadenada de nosotros, para lo que estamos preparados. De pronto C, libidinoso y asqueroso llega por las noches en busca de alguna diversión, para lo que A no está preparada. Afortunadamente Zamba está ahí para defenderla. Les ladra a los gatos. Mucho se ha cuestionado el comportamiento de los gatos, algunos los asocian al sexo.


Ciertamente no se debe dejar por entredicho que aunque Zamba y Agata sean eternas hermanas, su relación es incomparable con la de los humanos, nosotros hemos desarrollado un lenguaje acertado y perfectamente articulado (que pocas veces tiene como objetivo el propósito de su creación). Nuestra manera de comunicarnos ha sido perfeccionada pero me quedan dudas. En cuanto uno tiene el uso del lenguaje se da uno la libertad de dañar a otras personas, el conflicto psicológico que predomina en nosotros es el mismo de los perros y el de los gatos, el de territoriedad, nos vemos atacados en nuestra esencia y dignidad, que no nos permitimos ser vencidos por ese fantasma de nuestras mentes proyectadas en nuestros semejantes. Me queda tiempo para dar otro ejemplo maravilloso que más que un ejemplo es una circunstancia. Una mañana dejé entrar a Zamba a casa y dejé a Agata afuera. Agata se mostró inquieta, rasguñaba la puerta e intentaba escalarla pero sus intentos fueron inútiles. Zamba al escucharla maullar desesperadamente también se hermanó a esa inquietud, fue a la puerta y se puso sobre dos patas recargándose de la puerta a modo de ver a través de la ventana, Agata y ella se miraron, y Zamba trataba a toda costa decirme o pedirme que le abriera. ¿Qué esfuerzos inhumanos hacen de nosotros algo parecido? Y me refiero a las circunstancias incómodas, no las fáciles, las de hacerle un bien a los que amamos. Tampoco quiero mitificar y emprender la tarea de devolvernos un poco de moral, la que no soporto por ser tan imperfecta.

           


Como perros y gatos

COMO PERROS Y GATOS
Marco Antonio Hernández Valdés

En la búsqueda desesperada de alguna lectura que propiciara la reconciliación entre mis fantasmas y mis demonios, encontré en la abrumadora tecnología del Internet un artículo, cuyo contenido me inspiró a realizar desde hace un par de años una enmarañada historia que involucra a personajes comunes y corrientes en un intento por revivir en un contexto contemporáneo el mito de la superioridad de los gatos, mito en el que situándonos siglos antes de la llegada del Cristo rememora los decisivos acontecimientos a los que se enfrentaron los antiguos egipcios y del cual les quiero hablar. El artículo plantea que en una época remotísima, situándonos en la esfera norte del continente africano, en tiempos en los que ante la ira desatada de los dioses los humanos (quejumbrosos y aquejumbrados)  fluctuaban al tratar de consolarlos, pero (y) a pesar de sus intentos fallidos por mantenerlos contentos, un dios, llamado Ra, en su enfurecimiento ante la revoltosa rebelión de los hombres mandó a uno de sus emisarios (su hija) con forma de leona, entidad denominada: Sekhnet, una entidad con iniciativa propia, agresiva y sanguinaria, que tomó muy a pecho su papel, que masacró y aniquiló a despiadada voluntad.

Años previos a su llegada a tierras egipcias los gatos y los humanos convivían en armonía, sin embargo los felinos vivían dirigidos por esta jerarquía. Hasta donde se sabe los egipcios amaban a los gatos al punto de la idolatría compulsiva, al grado de que los momificaban al morir, al grado en el que les oficiaban ritos y enterraban en mausoleos pretenciosos con sus amos. Se dice que inauguraron un cementerio destinado a ellos cuyo nombre se desglosa del nombre de la diosa Bastet. Este respeto llevó a los egipcios, algunas veces, a desmoronarse como pueblo. La historia cuenta, y en estos menesteres los historiadores son más eruditos, que ante algunas batallas se veían obligados a darse por vencidos ya que los enemigos traían bajo su mando a gatos endiablados.

Como la ley egipcia obligaba a dar la vida por un gato y a presentarse como su humilde servidor --ya que son la presencia etérea de la diosa Bastet, símbolo de la armonía, la danza y la alegría---, los egipcios debían someterse ante sus adversarios. Esas atenciones para con los gatos originó egolatría, porque extasiados en los embelesos de ser gato, de disfrutar una vida diáfana y ufana, aprovecharon la ingenuidad de los hombres para iniciar un complot en su contra.
            Los gatos irritados inician la conspiración; se distribuyen en las casas de los grandes burócratas y empleados de gobierno con el fin de obtener informes satisfactorios que pudieran servir al plan maléfico que se traían en manos (o en garras), se cuelan en las tertulias, se vuelven expertos y capataces de las torturas a las que eran sometidos los hebreos sujetos al suplicio; se instruyen en las ciencias ocultas, polemizan los acontecimientos políticos de su tiempo y al final, asestan un riguroso nouck-out a sus comensales y la rebelión toca las puertas. Todo esto no hubiese sido posible a no ser porque los gatos fueron dotados de una gran inteligencia e intuición.

Y dispensará el lector que en este artículo con pretensiones aguerridas hagan acto de presencia los caprichos del escribiente al mezclar de manera anacrónica los acontecimientos acaecidos en un punto de la historia, pues son el producto de mis fantasías célebres ante el deslumbramiento de las certezas.

Ante tal evento el Dios Ra no podía quedarse con los brazos cruzados. Al ver que su cruel y despiadado designio se dirigió al extremo, al lado oscuro, mandó a la Tierra a un guerrero que se materializó en forma de perro para devolver el orden a los hombres. Esta nueva entidad se denominaba Onuris y fue el encargado de moldear a la tal Sekhnet hasta convertirla en una diosa amorosa y armoniosa. Una diosa misteriosa entre los egipcios, a la que bautizaron con el nombre de Bastet y a la que honraron ofrendando el ritual cotidiano de servirlos y que tanto importunó a los egipcios, ya que desde aquel momento y a manera de recordatorio todos guardaron tributo insospechado a los gatos.


Lo que no me cabe en la mente es que hoy en día, y a pesar de los intentos por ser los protagonistas y de obligarnos a ser  las mascotas, los gatos ya no sean venerados cabalmente como en tiempos antiguos y que su fama de ominosos emisarios del mal haya predominado en las memorias populares. Queda al aire la suposición de que los perros siguen siendo, a ojos comunes, los antagonistas de esta lucha por la supremacía. Al convivir con una perrita de nombre “Zamba” y una gatita sin nombre, caigo en la cuenta de que se puede desenmarañar el mito de la eterna pugna entre perros y gatos, ya que son afables hermanas. El lector debe recordar que durante la demoledora inquisición, porción histórica en la que los gatos fueron desprestigiados y acosados por fanáticos religiosos, y hasta la fecha no son más que una mínima y mímica ración de lo que debieron ser en su esplendor: una especie superior.