dejarse
arrastrar por la incertidumbre
de
una ciudad apegada a sus normas
definir
las líneas para arrebatar las farolas
de
una incandescente mirada perdida
ofuscada por el interminable erial surcado bajo
la siembra
dejar
inconclusas las notas olvidadas en algún café
domado
en la espesura de la noche
salir
y caminar, perderse entre presencias
que
se aparean en las charlas de mesa
sentir
tan sólo un instante tu mirada
sobre
mi cabeza y acariciar tus pasos, sentirlos míos
recorrer
este mudo instante
en
que consignan sus arrebatos cerebros inciertos
resolver
sin poder hacerlo el enigma
que
parpadea en las estaciones del monte
resistir,
resistir la detestable monotonía
circulante
de una ciudad que ejerce fuego
soportar
su debate ordinario
que
nos envenena de letreros
y
anuncios postales y de pronto
encontrar
tu sombra que baila
y
hace malabares en algún semáforo, testigo de tus labios
entonces
salir y perderse,
perderse
y ejecutar
ese
silencio
que
nos pudre y nos devora
que
nos instala
en
una dimensión asimétrica
locomotora
de sedienta guadaña industrial
salir
y perderse en los pasillos derogados,
plasmados
por grafiteros borrachos
que
anuncian la llegada
del
profeta inmediato, urbano
perderse
en el laberinto del olvido
y
entregarse a su pérdida, no encontrar salida
estar
conscientes de que no la hay
de
que su atmósfera de desconcierto
nos
vacía hasta desintegrarnos
hasta
alejarnos de esta vecindad de enredos
habitada
por dolorosos fantasmas disfrazados
cuyas
apariciones enferman
e
invaden de miedo
y
correr, correr sin hallar un refugio
porque
nada detiene nuestra huida
de
fallido recorrido de tanteo de manos frías
de
tanteo de fantasmas entre sombras que plasma el olvido
que
nos succiona que nos inventa como
marionetas
desdobladas
en un lugar donde
nos
han dejado solos
abandonados
en un cuarto en una ciudad en un país de nauseas
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